versión On-line ISSN 0717-6848
Acta lit. n.38 Concepción 2009
http://dx.doi.org/10.4067/S0717-68482009000100006
Acta Literaria N°38, I Sem. (71-89), 2009
ARTICULOS
La poesía argentina en la década de 1930: Un problema historiográfico
The Argentinan poetry in the 30s decade: A historiographic problem
RESUMEN
El presente trabajo aborda desde una perspectiva crítica una de las
parcelas más controvertidas de la historiografía referida a la poesía
argentina moderna: la llamada "generación de 1930", los novísimos,
quienes toman su nombre de la antología titulada La novísima poesía argentina (1930).
Su compilador, Arturo Cambours Ocampo, se erige en mentor (e
inventor) de una generación poética, la del 30, cuya tentativa de
instalarse en la historia literaria nacional va a suscitar una ardua
polémica en los medios críticos.
Palabras claves: Poesía, Argentina, Generación de 1930, Arturo Cambours Ocampo, novísimos, historiografía, antologías, canon.
ABSTRACT
This paper is a critical study from one of the most controversial
topics in the historiography of modern Argentinan poetry: "La
generación de 1930", known as the novísimos. They took their
name from the anthology entitled La novísima poesía argentina
(1930). The compiler is called Arturo Cambours Ocampo, which he is the
mentor and inventor of "La generación de 1930". Ocampos temptative of
installing himself in the national literary history, will generate a
great controversy in the literary criticism.
Keywords: Poetry, Argentina, Generación de 1930, Arturo Cambours Ocampo, Novísimos, historiography, anthologies, canon.
LOS OLVIDADOS AÑOS 30 EN LA POESÍA ARGENTINA
Acomienzos de los años 80, Carlos Giordano publicaba en Revista Iberoamericana
un artículo titulado "Entre el 40 y el 50 en la poesía argentina",
en el que ponía de relieve la problemática que plantean tales años
desde una clasificación historiográfica (Giordano, 1983). Sobre todo
teniendo en cuenta las limitaciones del método generacional aplicado a
la literatura, los vicios terminológicos que ha venido engendrando y
la consecuente e irremediable reducción de lo múltiple y diverso a
una imagen grupal uniforme. "El método histórico de las generaciones
ha sido aplicado con sorprendente entusiasmo por muchos de los
historiadores y antólogos de la literatura argentina (...), pero con
resultados que, a mi juicio, no compensan" (Giordano, 1983: 786). La
reflexión de Giordano es interesante por cuanto menciona dos hechos a
tener en cuenta: de un lado, el poco celo por parte de la crítica
nacional a la hora de establecer una serie de generaciones literarias
tan prolongada como excesiva; y de otro lado, el papel que juegan
las antologías en la nomenclatura generacional, parejo al de las
historias literarias. Nos recuerda Graciela Montaldo (1989: 40) que
las antologías son una tradición de la historia literaria, en el sentido
en que las compilaciones poéticas anteceden en Hispanoamérica al
surgimiento de las primeras historias de la literatura. Uno y otro
constructo, historia y antología, marcan a la postre el
establecimiento de un canon de cultura que es expresión de la identidad
colectiva1.
El artículo de Giordano ponía su mayor atención en el tránsito de la
realidad poética del 40 al 50, dejando en un segundo plano en cambio
uno de los periodos más ignorados y controvertidos de la poesía
argentina moderna: los años 30. Se advierte un fuerte contraste entre
la sobreabundancia bibliográfica en torno a la vanguardia de los 20,
sobre la que puntualmente se publican monografías, y el erial que
muestra la crítica en torno a la década de 1930, pese a que la
producción poética va a seguir siendo muy abundante en la Argentina. Tal
hecho dificulta el abordaje de estos años, necesitados de aportes
esenciales sobre
la base de lo realizado. Es cierto que por entonces cobra un
importante auge la narrativa argentina, y en general la que inicia su
andadura en el continente americano toda vez que empieza a notarse
la influencia de la novela europea de vanguardia, al tiempo que
pervive la ya muy explotada (y exportada) novela social proveniente
de Rusia. De modo que junto a los prosistas argentinos que realizan
una obra de tinte social y político (Elías Castelnuovo, Lorenzo
Stanchina, González Tuñón, Roberto Arlt) encontramos una serie de
escritores que emprenden un camino más esteticista y también más
cercano a cuestiones metafísicas (Borges, Norah Lange, Silvina
Ocampo, Eduardo Mallea). Algo más tarde se dan a conocer, dentro de
la línea del fantástico, José Bianco y un joven Adolfo Bioy Casares
que en 1940 publica su novela más aplaudida, La invención de Morel.
Por estos mismos años se dan a conocer Ernesto Sábato, Mujica
Láinez, Manuel Peyrou, entre otros narradores de primer orden. Muy
posiblemente este auge de la narrativa ha perjudicado la atención
prestada a la poesía de esta década, estudiada de forma puntual a
través de obras y autores específicos, y no tanto desde una mirada
global que muestre los itinerarios y avatares históricos.
En otro orden de cosas, si atendemos a la perspectiva socio-política y
económica del país la década del 30 se muestra compleja desde sus
comienzos, marcados por el golpe de Estado del 6 de septiembre de
1930 que llevan a efecto algunos mandos del Colegio Militar
encabezados por el general José Félix Uriburu. Este hecho va a marcar
fatídicamente el rumbo de la vida política y sociocultural de la
República durante más de medio siglo (desde 1930 hasta entrados los
80), un periodo que constituye sin duda la etapa más desconcertante,
antidemocrática y sangrienta de la historia moderna del país, de la
que aún restan muchas heridas por cerrar.
No obstante la orientación constitucionalista que el gobierno golpista
quiere imprimir a sus actos, algunos hechos visibles demuestran el
verdadero signo dictatorial del movimiento insurrecto. Un caso llamativo
es el que representa el diario vespertino Crítica, cuyo
director, el uruguayo Natalio Botana, declarado antifascista, se
posiciona abiertamente en contra de la insurgencia revolucionaria.
Como consecuencia de ello la esposa de Botana, la escritora Salvadora
Medina Onrubia, antigua anarquista, fue enviada a prisión, como
otros tantos intelectuales disidentes. Este hecho provocó la
movilización de un nutrido grupo de escritores, algunos de ellos
colaboradores del periódico, quienes en tono conciliatorio hacen
llegar a Uriburu a través de las páginas de El Diario una
carta en favor de Medina Onrubia. Entre los firmantes se cuentan
Arturo Capdevila, Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Alberto
Gerchunoff, Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges, Cayetano Córdova
Iturburu, Nydia
Lamarque. Finalmente, tras una misiva mucho más contundente enviada a
Uriburu por la propia Medina Onrubia desde la cárcel, tanto ella
como su marido son deportados a Montevideo, con la consecuente clausura
del periódico (Saitta, 1998: 247 y ss.). Otro de los hechos que
muestran la verdadera naturaleza del gobierno de Uriburu es la
intervención de la Universidad de Buenos Aires, dada la pérdida del
control de la Facultad de Derecho por parte de las fuerzas
conservadoras; una decisión que habría de provocar el rechazo de los
movimientos estudiantiles. No menos significativa e inquietante resulta
la creación de la Legión Cívica, cuerpo militar de apoyo a las
Fuerzas Armadas cuya misión principal consiste en velar por el
cumplimiento de los anhelos nacionales expresados en el programa de
la Revolución.
EL PROBLEMA DE LAS GENERACIONES LITERARIAS. ESBOZOS PARA UN ESQUEMA DE LA POESÍA ARGENTINA MODERNA
Como es sabido, la nota dominante desde la perspectiva de la historia
literaria es la búsqueda de un modelo teórico capaz de explicar el
modo en que evolucionan las ideas estéticas. Un modelo apto para
parcelar el continuum de la actividad literaria en periodos de tiempo
delimitados por hechos significativos, a veces en relación directa
con la realidad socio-política nacional, otras en relación a ciertos
hitos culturales. Uno de los modelos preponderantes y más recurrentes,
procedente de la Europa central, lo constituye el método generacional,
llevado primero al terreno de la historia por el pensamiento moderno
alemán y orientado con posterioridad hacia los estudios literarios2.
En Hispanoamérica, dos de las más tempranas aplicaciones del método a
la historia literaria continental son las que llevan a cabo José
Antonio Portuondo en un artículo de 1948 titulado "Períodos y
Generaciones en la historiografía literaria hispanoamericana"; y José
Juan Arrom, quien desarrolla un Esquema generacional de las letras hispanoamericanas (1963).
Por lo que concierne al ámbito de los estudios nacionales, la
aplicación de esta metodología comienza a extenderse a comienzos de
los años 40. En ocasiones la formulación de la teoría generacional
resulta de la síntesis de Petersen y Ortega, pues en el fondo los
postulados de ambos se complementan. Ocurre así en el caso concreto
de César Fernández Moreno, punta de lanza y gran adalid del método de
las generaciones literarias en el medio argentino, quien participa
además en una de las historias literarias nacionales más reputadas,
la Historia de la literatura argentina de Rafael A. Arrieta
(1958-1960). Son varios los textos en que Fernández Moreno dedica sus
esfuerzos críticos al establecimiento de una periodología generacional
referida a la poesía. Así, en su capítulo sobre la poesía de
vanguardia incluido en la Historia de Arrieta (Fernández Moreno,
1959: 605-669), el escritor comienza por aclarar la metodología a
través de la cual va a acercarse a la materia de estudio y señala como
sus fuentes más directas a Ortega y Gasset y Petersen. También en su
conocido libro La realidad y los papeles encontramos
apreciaciones harto sugerentes respecto al tema en cuestión
(Fernández Moreno, 1967: 31 y ss.). Muy anterior a los dos textos
citados es el "Informe sobre la nueva poesía argentina" que Fernández
Moreno (1943) publica en Nosotros, donde adelanta algunas
consideraciones de interés acerca del concepto de generación
literaria que desarrollará en sus ulteriores trabajos (71-93).
Fernández Moreno (1967) advierte en sus escritos un hecho que no en
vano es el eje vertebrador del presente trabajo, a saber: el titubeo
que, en su afán de periodización, muestra la historia literaria
nacional a partir de la disolución de la primera sacudida de
vanguardia hacia el final de los años 20:
Es
clara y definida ya por estudios de suficiente seriedad la estructura
de las dos generaciones (modernista e intermedia) que preceden a la
primera vanguardia (ultraísta), y aun ésta ha sido debidamente
reconocida y declarada independiente. El esquema se torna un tanto
confuso cuando llegamos a la segunda generación vanguardista
(neorromántica). Surgen al respecto opiniones contradictorias acerca de
la disposición generacional de esta nueva promoción y sus
relaciones con la inmediata anterior (Fernández Moreno, 1967: 223-224).
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Cabe insistir en que no se trata de valoraciones unánimes, como tampoco
hay un acuerdo común acerca de las denominaciones. Los hay quienes,
por ejemplo, tratan de sortear la cuestión de las décadas 1940-1950
proponiendo una "generación del 45" como solución intermedia; e
incluso se duda de la existencia misma de algunas de las generaciones
que proponen los historiadores, como es el caso paradigmático de la
"generación del 30", la de los poetas novísimos, puesta en tela de juicio a lo largo de un intenso debate que se prolonga durante varios lustros.
Llegados a este punto, convendría examinar someramente el modo (o los
modos) en que se plantea desde la historia literaria nacional la
evolución de la poesía argentina en las cuatro primeras décadas del
siglo XX. Este tipo de examen nos induce sin más remedio a hablar de
la debatida cuestión, aunque comúnmente aceptada en tiempos, en torno
a las generaciones literarias. La influencia de Ortega y Gasset en
el implante y desarrollo de dicho modelo, primero en los estudios
históricos y más tarde en el medio literario, va a ser crucial, como he
dicho. De forma muy especial, Argentina es uno de los países donde
mayormente repercuten sus ideas, que se dejan notar hacia los años
20-30, y aún más en las décadas que siguen (Aguilar et al.,
1997). Pero hablamos, qué duda cabe, de un fenómeno global que afecta
por igual a todas aquellas naciones hispanoamericanas que hacia la
década de 1950 han desarrollado una cierta conciencia crítica respecto
al propio proceso cultural. En su conocido ensayo sobre las
generaciones literarias en Cuba, el crítico e historiador Raimundo
Lazo se interroga acerca de quién hace la historia, quién la dota de
corporeidad y movimiento. A lo que responde sin dudarlo: la teoría de
las generaciones literarias. Pues a través de ésta, nos dice, lo
colectivo se hace presente en la historia (Lazo, 1954: 6).
En el citado "Informe" de 1943, Fernández Moreno advierte ya que el
término "generación" se ha convertido en "una palabra tan gastada como
imprecisa" (1943:83). Es por ello que antes de llevar a cabo su
aplicación a la realidad poética en Argentina trata de precisar a
nivel técnico el significado de tal término en el ámbito de la historia
literaria.
El diccionario de la Academia define el vocablo generación,
en la acepción que nos interesa, como "el conjunto de todos los
vivientes coetáneos". Y por coetáneos entiende a las "personas que
viven o coinciden en una misma edad o tiempo". El criterio que surge
de estas definiciones es, sin duda, demasiado lato para juzgar una
generación literaria. En primer lugar, hay que limitar el concepto de
coetáneos a los que hayan nacido dentro de un determinado período: diez
o quince años. Pero, ¿qué punto de partida dentro de la sucesión del
tiempo deben tener esos diez o quince años? Aquí entra un nuevo
elemento, aún no considerado: la obra de la generación, el hecho de
haberse dedicado los mejores hombres nacidos en una misma
época a una actividad convergente, y haber logrado éxito destacado en
ella. Una generación muy prominente, pues, sirve de hito cronológico
a las siguientes (Fernández Moreno, 1943: 83).
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Desde estos presupuestos y atendiendo a la repercusión de unas
generaciones sobre otras, Fernández Moreno (1943) señala dos etapas
diferenciadas que pueden darse en la evolución de toda generación
literaria, a saber:
a)
La generación en sus principios. Un núcleo de personas jóvenes necesita
desplazar hacia sí el foco de la atención social, dirigido hacia el
núcleo anterior, al cual la nueva promoción considera inferior o
simplemente extemporáneo, en decadencia o no. Se entabla de inmediato
una lucha por la posesión de los medios de expresión: en nuestro caso,
tribunas, editoriales, librerías, revistas y suplementos literarios. A
este efecto, los jóvenes se suelen unir, olvidando sus divergencias
estéticas, pues se trata, ni más ni menos, de una lucha de
supervivencia. Una vez conquistado el medio social, la atención del
público, se acaba la lucha, que era el aglutinante inmediato de estos
esfuerzos dispersos. A esta altura de las cosas, la entidad colectiva
generación puede desaparecer o sobrevivir. Desaparece, si su cohesión se
debía exclusivamente a la necesidad de la lucha. En este caso, su papel
habrá sido meramente accidental, temporal. (...)
b) Pero la generación sobrevive, si los lazos que la unían
eran más profundos: éticos, políticos, estéticos. En este
caso, los hombres que la integraban pueden abandonar el contacto
directo con sus compañeros de lucha y variar de radicación
en el espacio, con la seguridad de que aquello que escriba o produzca
cada uno de ellos será homólogo, concordante, paralelo (84).
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Respecto
a la lucha entre generaciones que en un mismo tiempo entran en
conflicto, Juan Pinto pone de relieve el carácter subversivo que ha de
caracterizar a toda "generación" que se precie de serlo, la cual debe
dirigir sus pasos a contracorriente de lo establecido normativamente:
Cuando los coetáneos aceptan las condiciones dadas históricamente, la generación no existe como fuerza renovadora; se limita a ser un hecho vegetativo
de la historia. Pero cuando la generación reacciona contra las
condiciones dadas –a veces lo hace aferrándose a viejas ideas
inyectándoles nuevo vigor–haciéndose combativa, es decir cuando trata de
imponer sus puntos de vista y desplazar la generación que le precede,
la generación adquiere sentido histórico, es, convirtiéndose en el punto
de partida de un movimiento o de un modo de pensar, sentir y ver que
actúa, no solamente en su tiempo, sino que se proyecta en la generación
siguiente (Pinto, 1958: 11).
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A
diferencia de Fernández Moreno, algunos críticos e historiadores de la
literatura argentina han optado por una adaptación de las tesis de
Ortega y Petersen a partir de un aprovechamiento parcial o
fragmentario de las mismas, o bien tomando de un modo más relajado
los criterios de evaluación que uno y otro autor marcan a la hora de
considerar la existencia de una generación. Anderson Imbert destaca en su Historia de la literatura hispanoamericana,
y no precisamente como un hecho del todo positivo, la fuerte
influencia ejercida por Ortega y su idea de la "sensibilidad vital"
que determina cada generación. Al cuestionar la existencia de una
generación poética de 1930 en Argentina, el crítico e historiador
comenta en tono irónico:
¿Generación
del Centenario de Independencia? ¿Generación de la visita del cometa
Halley? El acontecimiento, histórico o sideral, era lo de menos. Lo
que importaba era ser generación, novísima generación. Y el prurito fue
tal que desde entonces no se ha cesado de inventar generaciones: del
40, del 45, del 50, del 55. Más generaciones de las que humanamente
pueden caber en lapso tan corto (Anderson Imbert, 1961: 146-147).
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Atendiendo a este fenómeno de las generaciones literarias y su rápida
proliferación, Emilio Carilla (1989) dictamina: "Una cosa –pienso– es
recurrir a tales métodos con la posibilidad de obtener de ellos
algunas ventajas sobre los métodos tradicionales (épocas, estilos,
escuelas, géneros, etc.), y otra, muy distinta, atribuirles poderes
mágicos, o simplemente sospechar que la ubicación general de un autor
o una obra resuelve todos los problemas literarios" (116). En su
opinión, la utilidad de los métodos generacionales que han sido
llevados a la práctica radica en "la necesidad orientadora del
agrupamiento, de reunir y ordenar un material vasto (vastísimo) que
siempre corre peligro de diluirse en lo caótico" (116). El secreto,
apunta unas páginas más adelante, está en no exigir a dichos métodos
más de lo que pueden dar, "en considerarlos fundamentalmente, como una
línea de inserción y un punto de partida, y en no pretender cuadros
cerrados y absolutos" (124).
Hoy día el método generacional está en parte superado, y no sólo esta
clase de método sino otros afines a la periodología, que demuestra
ser un constructo frágil, aún más si tenemos en cuenta el
cuestionamiento que sufre el concepto mismo de "historia" en el
periodo cultural que se ha dado en llamar posmodernidad.
Frente a aquellos historiadores de la literatura argentina que han
seguido apostando por el método generacional en cualquiera de sus
variantes, con mayor o menor rigidez, hay quienes afirman la inutilidad
de tal metodología en la medida en que enturbia la verdadera realidad
de los hechos y sus particularidades. "Yo no creo en la utilidad del
método histórico de las generaciones –afirma Giordano de modo
taxativo– y prefiero manejarme con las categorías de estilo,
tendencia, movimiento, escuela o grupo, según convenga" (1983: 786).
EN TORNO A UNA PRESUNTA GENERACIÓN POÉTICA DEL 30. ¿UNA INVENCIÓN HISTORIOGRÁFICA?
Comparada con la década inmediata anterior, la poesía argentina de
los años 30 plantea un problema mayor más allá de la mera discusión
en torno a su nomenclatura adecuada. Al exponer la problemática de un
modo general, podría decirse que la década de 1930 muestra un enorme
vacío desde una perspectiva crítica, como se dijo al inicio. Las
historias literarias, tanto las propiamente argentinas como las
continentales, y de forma generalizada los esbozos generacionales que
he podido consultar, niegan por lo común la existencia de una
generación poética del 30. De tal forma, sucede que lo más habitual
es pasar de la generación de 1922 (también denominada de 1924 e
incluso 1925) a la generación neorromántica de 1940, que sí ha tenido
una aceptación por parte de críticos e historiadores, y de la que
existen algunos aportes bibliográficos de consideración. En su asedio
a la poesía del 40, Giordano señala como generación inmediatamente
anterior a este periodo el movimiento poético que se inicia en torno a
1922, "el primer movimiento de vanguardia en la Argentina"
(Giordano, 1983: 784-785). Del mismo modo ocurre en el esquema
generacional que realiza Carilla, quien propone la siguiente serie de
diez generaciones literarias: 1810, 1821, 1837, 1853, 1866, 1880, 1896,
1910, 1924, 1940, 1955, 1968 (Carilla, 1989: 112-113). Aunque no de
un modo riguroso, es palpable que Carilla se deja guiar por el
criterio de distancia temporal entre una generación y la que le
sigue, exigencia que Ortega y Gasset cifra, recordemos, en no menos
de 15 años, lo que a todas luces imposibilita que después de la
generación de 1924 pueda señalarse otra hacia 1930.
Frente a un importante sector de la crítica contemporánea, el escritor
Arturo Cambours Ocampo se erige en máximo defensor de la promoción
poética del 30, a la que denomina "novísima generación", siendo él
mismo uno de los integrantes del grupo. Su antología de 1931, La novísima poesía argentina,
no es sino un intento de catapultar la mencionada generación y
afianzarla en la historia literaria nacional. Junto a Cambours
Ocampo, otro de los críticos que defiende la existencia de tal
generación es Horacio Salas (1968), quien incluye en su antología
crítica La poesía de Buenos Aires el siguiente epígrafe: "1930:
aparece una nueva generación". Bajo este enunciado se nos hace saber
que: "Al año de producirse la revolución de septiembre de 1930, que
transformó la estructura política del país, un grupo de escritores
jóvenes capitaneados por Arturo Cambours Ocampo publica, con el
auspicio de la revista Letras […], una antología de La novísima poesía argentina.
El grupo se lanza contra la generación anterior y para demostrar los
valores de los que surgen, realiza un extenso muestrario poético"
(Salas, 1968: 43). Teniendo en cuenta la temática que preside la obra
de Salas (en torno a la ciudad de Buenos Aires y sus posibilidades
poéticas) y teniendo en cuenta además el modo en que el antólogo
organiza la obra (a saber, en capítulos que corresponden a
generaciones poéticas), es evidente que le conviene presentar a los
llamados novísimos como una realidad existente y
cohesionada, dado que en la poesía de aquéllos "el tema de la ciudad
aparece con marcada insistencia y una tónica característica", en
palabras de Salas (1968: 43).
Una de las escasas monografías que aborda la poesía del 30 desde la
perspectiva generacional es el estudio-antología publicado por la
investigadora Lidia F. Lewkowicz bajo el título Generación poética del 30 (1974). En la "Introducción", la autora justifica de inicio la existencia de la generación poética de los novísimos,
en línea con la defensa desarrollada por Cambours Ocampo, y examina
la filosofía ética y estética que la caracteriza, así como los temas
que desarrolla y las revistas más afines a través de las que se difunde
su poesía.
El objetivo perseguido –en lo posible– es documentar y reconstruir las actividades de la generación literaria de 1930 o Novísima Generación;
en consecuencia, será necesario consignar algunas particularidades a
través de las cuales se presiente por qué nació dicha promoción, cuáles
fueron sus momentos culminantes y cuáles los extremos; esta
determinación permitirá entretejer la imagen y ponderar la medida en que
sus manifestaciones consignaron un jalón dentro de la literatura
nacional (Lewkowicz, 1974:10).
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LA NOVÍSIMA POESÍA ARGENTINA (1931) DE CAMBOURS OCAMPO. UNA ANTOLOGÍA POLÉMICA
De entre los trabajos antológicos publicados en la década de 1930, es
La novísima poesía argentina de Cambours Ocampo (1931) el que
presenta un mayor interés para la historia literaria argentina de la
primera mitad del siglo XX, en tanto que plantea un debate
generacional que en el grado de personalización alcanza la intensidad
de un fuego cruzado. La obra fue publicada por la editorial Letras,
revista de principios de los años 30 que dirige el propio Cambours
Ocampo, quien por este mismo entonces lleva a cabo la antología de
poetas "novísimos"3 . Estos hechos sitúan al autor como
verdadero impulsor del grupo a través de dos instrumentos
críticodivulgativos: una revista y una antología. En unas palabras
pertenecientes a la "Aclaración" con que se abre la antología,
Cambours Ocampo (1963) aboga por un revisionismo literario que ha de
trascender la crítica del pasado –ese eterno "escribir sobre las tumbas"4–
para abordar el estudio de las últimas generaciones, las más
actuales, llegando a abarcar incluso la obra inédita de los autores
noveles. Es lo que el escritor denominaría años después "literatura
crítica de anticipaciones" (Cambours Ocampo, 1963:7). Este
planteamiento expresado en los años 60 es el mismo que determina y
acota su antología de 1931 al centrar su atención en una novísima
generación de escritores. Dicho marbete debe ponerse en relación
directa con la designación de la anterior generación: la "nueva
generación" o "nueva sensibilidad", que no se refiere a otra cosa que a
la primera generación de vanguardia. Con objeto de distinguir y
privilegiar su propia labor, no sólo como antólogo del grupo sino
como miembro activista del mismo, el autor de La novísima poesía
sitúa esta compilación en un primer plano de renovación al mostrar
una obra (la de los autores seleccionados) en proceso, abierta, por
tanto inacabada. Y es precisamente este aspecto el que, según él,
distingue su trabajo de los anteriores volúmenes antológicos.
Cambours
Ocampo será uno de los críticos que desarrolle mayormente en sus
investigaciones el método generacional. En 1949 imparte en la Facultad
de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata un curso sobre
las generaciones literarias argentinas, aplicando por primera vez
de forma rigurosa y sistemática los planteamientos historicistas de
Petersen. Algunas de las apreciaciones apuntadas cobran desarrollo
posteriormente en dos importantes obras: Indagaciones sobre literatura argentina (1952) y Lugones. El escritor y su lenguaje
(1957). En la primera de ellas se trazan las generaciones literarias
argentinas desde el inicio del proceso de Independencia hasta la
generación de 1930, quedando establecidas un total de seis, a saber:
1810 ("nuestra independencia política"); 1830 ("romántica y
política"); 1880 ("progreso de nuestro país"); 1907 ("Rubén Darío y
el modernismo"); 1922 ("la del periódico Martín Fierro"); y
1930 ("a la que pertenecemos", señala el escritor). Resulta cuando menos
curiosa la asociación del año 1907 con "Rubén Darío y el
modernismo", siendo como es esa fecha indicativa de uno de los
acontecimientos más relevantes de la poesía moderna argentina: el
nacimiento de la revista Nosotros, en torno a la cual se
desarrolla una generación de escritores que va a marcar el rumbo de la
cultural nacional, amén de dar cabida a las nuevas estéticas que se
suceden desde comienzos de la década de 1920. Más bien lo que tiene
lugar alrededor de 1907 es herencia directa del modernismo
rubendariano, toda vez que se atenúan los excesos decadentistas y se
reorientan los temas hacia la realidad propia.
La última de las generaciones poéticas señaladas, la del 30, es
aquella a la que Cambours Ocampo denominaba ya en 1931 la "novísima
generación", cuyo germen está en los círculos universitarios de la
capital. Es en el seno de esta institución educativa, pero
instrumentalmente política, donde se está redefiniendo por entonces
el concepto de "intelectual" y su cometido en el medio social y
cultural argentino, en un intento de exterminar los estereotipos
decimonónicos del "gentleman" burgués y del "bohemio" iluminado.
En el mismo año en que se da a conocer la antología, el crítico
literario y polemista Ramón Doll (1931) plantea de un modo positivo
la existencia de tal generación, a la que elogia fundamentalmente
porque no muestra ningún rol político maniqueísta impuesto por la
hora –ni marxista, ni fascista, ni izquierdista ni derechista–, y
también porque su aparente conformismo en el fondo no es sino una
forma de escepticismo crítico frente a la realidad nacional en
cualquiera de sus ámbitos (Doll, 1931: 13). Lo que en palabras de
Cambours Ocampo (1931) debería definir a la generación poética del 30
es el pacifismo en el terreno de las artes: "Nuestra filosofía estética debe ser pacífica" (7). El calificativo "pacifista"
aplicado a la realidad cultural se basa en una distinción hecha por
Ortega y Gasset entre "generaciones beligerantes" y "generaciones
pacifistas". El antólogo hace hincapié en el significado de tal
distinción dentro del contexto de la cultura propia, queriendo con
ello disipar cualquier posible malentendido:
No
sé si Ortega y Gasset, al hablar de las generaciones beligerantes y
pacifistas, trataba de hacerlo en el sentido integral, abarcando todas
las actividades; por mi parte, si adopté la fórmula del filósofo
hispano, fue para limitarme dentro del terreno puramente estético –véase
que no digo literario– y para explicar una situación local, un fenómeno
nuestro, desconectando por un momento la novísima generación del
enchufe mundial (Cambours Ocampo, 1931: 7).
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Tal actitud muy posiblemente actúa como contrafuerte ante una
circunstancia socio-política minada de turbulencias tras los sucesos
funestos de la revolución de septiembre de 1930, cuando la ley
marcial impuesta por el alto mando del ejército pone en cautela los
derechos constitucionales. Pese a todo, uno de los máximos ideólogos
de la generación del 30, Arturo Cerretani, afirma rotundamente que el
movimiento encabezado por los novísimos se produjo de forma espontánea, "sin que nada ni nadie motivasen su advenimiento"5.
En su crítica de La novísima poesía argentina,
Augusto González Castro (1966) juzga el talante conciliador
promulgado por Cambours Ocampo como un error del todo inoportuno,
teniendo en cuenta que se trata de una muestra de la más joven poesía
argentina, y que por tanto debería rezumar los valores propios de la
juventud: "Debo formularle algunos reparos a esta obra de muchachos
que salen a la palestra con una palabra de paz en los labios, muy
compuestos, muy formales. Dijérase que un prematuro cansancio los domina
y que no sienten entusiasmo ni aun por el aire que los agrupa"
(González Castro, 1966: 188-199). La estética pacífica que defiende
Cambours Ocampo recibió ya en su día numerosas enmiendas por parte de
los críticos, quienes no entendieron en un principio si ese
pacifismo contenía matices políticos o se trataba tan sólo de una
propuesta estética (por otra parte, la difícil situación del momento
inducía a pensar lo primero). Pero incluso los propios poetas novísimos
se sintieron un tanto aturdidos ante la prédica de su mentor, pues
aquellos anhelos pacifistas chocaban frontalmente con la tarea crítica
que se imponen las vanguardias.
LA CRÍTICA ANTE LA "NOVÍSIMA" GENERACIÓN. UNA POLÉMICA ENCENDIDA6
Un par de años después de publicarse Indagaciones sobre literatura argentina de Cambours Ocampo, Emilio Carilla (1954) da a conocer un breve ensayo que lleva por título Literatura argentina 1800-1950 (Esquema generacional), obra de carácter historicista que se vale de los planteamientos metodológicos
de Petersen así como también de los esbozos generacionales, totales o
parciales, ensayados por Julio V. González en 1916, Alberto
Gerchunoff en 1939 y Manuel Mujica Láinez también en este último año.
El "Esquema generacional" que formula Carilla es, expuesto de forma
condensada, el que sigue:
La
literatura argentina (lo que entra en esta denominación de letras
gruesas) ofrece desde comienzos del pasado siglo una sucesión de diez
generaciones [1810, 1821, 1837, 1853, 1866, 1880, 1896, 1910, 1924 y
1940]. Diez generaciones que –en las fechas propuestas– abarcan,
cada una, un periodo aproximado de quince años (año más, año menos).
Este eje de los quince años –a su vez– no se nos ha impuesto como una
forzada aplicación de ideas de Ortega, sino que ha aparecido –creo–
en la realidad móvil de nuestras letras (Carilla, 1954: 73).
|
Muchas son las discrepancias que plantea Cambours Ocampo respecto a
la obra de Carilla, derivadas mayormente del excesivo número de
generaciones que propone como posibles. Pero hay una queja fundamental
que atañe especialmente a la labor de promoción y fijación que lleva a
cabo el autor de La novísima poesía: la supresión de la
generación de 1930, su generación. "El profesor Carilla inventa
cuatro nuevas generaciones literarias argentinas: la 1821, 1853, 1866
y 1896. Y como se debe haber asustado por tantas generaciones
lanzadas a voleo, suprime la de 1930" (Cambours Ocampo, 1963: 9-10).
En el "Prólogo" a su libro, Carilla advertía no en vano de las
dificultades crecientes a la hora de evaluar y fijar el conjunto de
las generaciones que se suceden en el siglo XX, una problemática que en
su opinión se agudiza aún más en el caso de las generaciones
recientes (Carilla, 1954: 5). Así, por ejemplo, al tratar de forma
concreta la "generación de 1940" señala: "La verdad es que aquí –con
más razón que en otros productos espirituales– puede decirse que los
árboles no dejan ver el bosque. Abundancia, proximidad y también
–¿por qué no decirlo?– imprecisión desorientadora" (Carilla, 1954:
63).
No será Carilla el único historiador de la literatura nacional
que obvie la existencia de la generación poética de novísimos al
esbozar el trazado evolutivo de la poesía en la primera mitad del
siglo XX. También Enrique Anderson Imbert recibe las quejas de Cambours
Ocampo al no incluir a los novísimos en su Historia de la literatura hispanoamericana, cuya primera edición es de 1954, justo el mismo año en que Carilla publica su Esquema generacional.
Anderson Imbert parte de cierta dificultad a la hora de distinguir
entre la poesía publicada en torno a 1910 y la de aquellos que se
erigen en portadores
de una "nueva sensibilidad" (los vanguardistas). Entre otras
cuestiones porque junto a los entusiastas de la nueva poesía "hubo
excelentes poetas que crecieron como si el ultraísmo no existiera"
(Anderson Imbert, 1961: 145). Tanto más dificultoso, afirma, resulta
caracterizar la obra poética de aquellos otros que posteriormente
hablaron de una "novísima sensibilidad" (146). En total desacuerdo
con estos planteamientos, Cambours Ocampo (1963) rechaza igualmente
"la falsa afirmación de que los escritores de 1930 se acercaron y se
confundieron con los de la generación del 40" (39). Pues, en efecto,
Anderson Imbert señala en su Historia que "los escritores
del 30, al hacerse maduros, prefirieron acercarse a los más jóvenes".
Y unas páginas más adelante aclara:
Los
escritores nacidos alrededor de 1910, que aparecen en las letras hacia
1930, fueron mucho más moderados que los vanguardistas. Curados de
espanto, buscaron el equilibrio. Habían conocido los extremos. Se
propusieron ser más serios. Una filosofía más preocupada por conocer
al hombre los condujo al viejo tema: la vida sentimental. Este
neorromanticismo es el que acabará por hablar en voz alta en la
generación siguiente, la de 1940 (Anderson Imbert, 1961: 204).
|
En opinión de Cambours Ocampo (1963) la verdadera razón de este
solapamiento, que entiende intencionado, nada tiene que ver con un
riguroso juicio crítico, ni siquiera con razones personales de índole
estética ni política, sino más bien con un resentimiento generacional a la inversa
(41). A favor de Anderson Imbert (1961) hay que señalar que, lejos
de desmerecer los méritos de los poetas que dan a conocerse hacia
1930, hace hincapié en la necesidad de reconocer su valía: "Todo les
interesaba. Nunca hubo en nuestra América un grupo tan bien informado
sobre tan vastas actividades culturales como éste que apareció
después de 1930" (1961: 147-148).
Ya sea por las amonestaciones que recibe de parte de Cambours Ocampo,
quien lo acusa de "desertor" de su propia generación, o bien por un
mayor distanciamiento de los hechos, o tal vez por ambas cosas, lo
cierto es que en las diversas reediciones del tomo II de su Historia,
sobre todo a partir de la aparecida en 1966 (5ª ed.), Anderson
Imbert retorna a las filas y rectifica algunas de sus opiniones,
dotando de una mayor solidez histórica a la que, ahora sí, no duda en
llamar "novísima generación" (Anderson Imbert, 1966: 223-224).
Otra de las disputas mantenidas por Cambours Ocampo con la crítica de
su tiempo está co-protagonizada por uno de los escritores y
ensayistas argentinos más relevantes de la segunda mitad del siglo
XX: César Fernández Moreno, quien
al decir de aquel "ha intentado la peregrina empresa de silenciar diez
años de poesía nacional" (Cambours Ocampo, 1963: 51). En concreto se
refiere a dos menciones directas a la novísima generación y a
su propia persona como "inventor" de dicha generación a través de su
antología del 31. La primera referencia aparece en el "Informe" de
1943 publicado en Nosotros. En él puede leerse: "Alrededor de 1930 comienza la disociación del grupo Martín Fierro;
se acallan sus revistas, y sus integrantes, o se llaman a silencio, o
publican aisladamente, separándose los mejores de ellos de las
normas de la escuela y encauzando su personalidad por sendas propias.
En 1931, Cambours Ocampo trata de arquitecturar una novísima
generación, pero no es tarea fácil inventar poetas" (Fernández
Moreno, 1943: 73). La respuesta de Cambours a estas palabras va a ser
contundente, no exenta de desesperación por lo que entiende como una
burla a la realidad literaria: "Es decir: alrededor de 1930 se disocia
la nueva generación y, después, hasta 1940, la poesía argentina se
convierte en una página en blanco. ¡Magnífico! Pero, ¿qué es esto?
¿Tontería, ignorancia o mala fe? ¿O las tres cosas juntas?" (Cambours
Ocampo, 1963: 51).
La segunda referencia que rebate Cambours Ocampo es la aparecida en la Historia de Arrieta, en donde Fernández Moreno deshace una vez más la idea de una "generación novísima",
estableciendo para ello un periodo de transición entre la primera
vanguardia ("generación de 1922") y la "generación del 40" (para
Fernández Moreno "generación del 35"), la de los poetas neorrománticos (Fernández Moreno, 1959: 612). Más que el hecho en sí de la postergación a la que se ven sometidos los novísimos
(a la que, visto lo que llevamos, debía estar acostumbrado ya por
entonces Cambours Ocampo), lo que realmente molesta a éste es que tal
minusvalía acabe por instalarse de pleno en las historias literarias
de ámbito nacional y continental, dado el carácter didáctico y
neutral y el rigor que debería presidir este tipo de obras, y dada
también, es evidente, su amplia capacidad de institucionalización del
sistema literario. En lo que respecta a la historización de la
poesía moderna que lleva a cabo Julio Noé, a decir verdad no menciona
en ningún momento la existencia de una "generación del 30" como tal
(menciona, eso sí, a algunos poetas que publican en la década de
1930), estableciéndose un vacío generacional entre la generación de
1922, de claro signo vanguardista, y la generación de 1940, los
llamados "neorrománticos" (Noé, 1959: 125).
Apenas un año antes de la publicación del IV tomo de la Historia de Arrieta que incluye los citados trabajos de Fernández Moreno y Noé, publica Juan Pinto su Breviario,
donde repite un esquema generacional poético similar al que proponen
otros historiadores, saltando de la generación de 1922 a la del 40.
Antes de ahondar en esta última se detiene en el comentario de La novísima poesía
de Cambours Ocampo y en la posibilidad de que hubiese existido una
generación de 1930. Su opinión puede resumirse en esta sentencia: "En
realidad no hubo generación novísima, sino un grupo de escritores y
poetas que intentó un movimiento, y que sólo dio frutos individuales.
La generación de 1922 se hallaba en plena tarea, ordenando
definitivamente el caos que había provocado con ímpetu renovador"
(Pinto, 1958: 192).
En 1967 César Fernández Moreno da a conocer su ya clásico ensayo La realidad y los papeles, que lleva por subtítulo Panorama y muestra de la poesía argentina contemporánea.
El análisis crítico abarca desde el modernismo hasta la generación
del 50, previo repaso de las generaciones y periodos que al parecer
del autor integran y definen la evolución de la poesía argentina.
Fernández Moreno se reafirma en sus planteamientos de 1959 respecto a
la división generacional y por tanto en lo que atañe a los novísimos,
reproduciendo literalmente algunos fragmentos del capítulo redactado
para la Historia de Arrieta. Hay que decir que cuando se da a
conocer la primera edición de La realidad y los papeles Fernández Moreno es conocedor de las duras críticas que Cambours Ocampo le dedica en El problema de las generaciones literarias.
La defensa que lleva a cabo Fernández Moreno de la inexistencia de
una generación poética del 30 se basa fundamentalmente en la fecha de
nacimiento de los autores; un dato puramente estadístico, numérico,
que nos acerca a un estricto concepto de generación tal y
como fue formulado en su día por la historiografía alemana. Hoy,
pasadas algunas décadas de la enfermiza aplicación de este tipo de
metodología y destapadas algunas invenciones –sin duda una de las más
señaladas es la del 98 español, pero no la única–, leemos con rubor
el siguiente párrafo:
Para
aclarar toda confusión basta formar, con criterio ecléctico, un grupo
de cincuenta poetas entre los de más ostensible actuación, nacidos en la
Argentina entre 1890 y 1920 (...). Se observa entonces que ‘el golpe de
dados de la naturaleza’ ha elegido en este lapso dos zonas de fechas
de cuatro años la primera y de cinco la segunda, dentro de las cuales
vio la luz la mitad más significativa de ese conjunto de poetas. Durante
estos dos períodos nacen tres poetas por año, mientras en los otros
veintidós sólo alcanza a nacer uno anual. ¿Qué significa esta
desproporción al parecer azarosa? Será fácil determinarlo conociendo los
nombres incluidos en esos dos periodos fértiles (Fernández Moreno, 1967: 224-225).
|
Sin duda es este un episodio de la historia de la poesía argentina aún
sin cerrar, necesitado de aportes críticos significativos que
arrojen nueva luz sobre los hechos con objeto de establecer unas
conclusiones. Me he limitado tan sólo a
exponer un cruce de opiniones en boca de aquellos que entonces
participaron en la polémica y la consecuente repercusión de los
hechos en la historia literaria nacional. Lo cierto es que, pese a
señalar Arrieta que La novísima poesía argentina serviría de
materia prima para futuras antologías, al menos por lo que se refiere
a las publicadas en los años 30 y 40 los poetas compilados por
Cambours Ocampo no serán tenidos en cuenta. Tan sólo veremos algún
rescate de forma muy puntual, como es el caso del propio Cambours
Ocampo y también de María de Villarino y Marcos Victoria, quienes
aparecen recogidos en la Vidriera de la última poesía argentina de Andrés del Pozo (1937). A ellos debe sumarse la figura de José Portogalo, autor que aparece incluido en el Índice de la poesía argentina contemporánea de José González-Carbalho (1937).
NOTAS
1
Al respecto extraigo algunas de las apreciaciones referidas a la poesía
argentina de los años 30 del capítulo quinto de mi libro La poesía argentina en sus antologías, 1900-1950. Una reflexión sobre el canon nacional (Salazar Anglada, 2009).
2
Por cuanto se refiere a esta última aplicación, debe señalarse la
influencia de Julius Petersen (1930) a través de su ensayo "Die
Literarischen Generationen". En el medio cultural hispánico van a ser
tenidas en cuenta fundamentalmente las aportaciones de Ortega y Gasset,
cuyos planteamientos enraízan de lleno en la historia (al hablar de
"generación", Ortega se refería a la sociedad entera y no a una parcela
de la misma como es la artístico-literaria), junto con las ideas de
Petersen, quien deriva de forma más concreta hacia la historia
literaria. Otras influencias notables más allá de estas mencionadas son
las de Albert Thibaudet y su Histoire de la littérature francaise de 1789 à nos jours (1936), y Julián Marías –uno de los discípulos dilectos de Ortega– a través de su conocido ensayo El método histórico de las generaciones (1949).
3
Por lo que se refiere a la citada revista, en la primera época de
Letras (núms. 1-14), que abarca desde su fundación en 1930 hasta abril
de 1933, formaban parte de la redacción los escritores Arturo Cerretani,
Carlos A. Barry, Teófilo Hiroux Funes, José Luis Lanuza, Eliseo
Montaine, Edmundo Luján Benítez, Antonio Miguel Podestá, Jacobo de Diego
y Rodolfo Zavalía Matienzo, algunos de los cuales se hallan recogidos
en La novísima poesía argentina. En septiembre de 1933 se
inaugura la segunda época, con Cerretani al frente de la revista. Esta
otra etapa consta de un solo número, que por cierto polemiza con otra
revista importante del momento, Megáfono, en torno a un especial monográfico dedicado a Borges. A través de Letras,
que muy pronto crea su propia editorial, ven la luz las primeras obras
de algunos de los jóvenes componentes de la generación del 30, como es
el caso de José Luis Lanuza, Arturo Cerretani o Juan Óscar Ponferrada.
De este modo, y pese a su irregularidad, Letras se convierte
en el órgano difusor de la obra de los novísimos, la tribuna desde la
cual éstos expresan los ideales estéticos del grupo.
4
La frase está tomada de un ensayo publicado a principios de los 60,
donde Cambours Ocampo señala: "Los argentinos estamos acostumbrados a
escribir sobre las tumbas; a esperar que la muerte entregue sus
fichas amarillas, como una contraseña de la impunidad crítica; a no
plantear el aquí y el ahora; a olvidarnos del presente y del futuro,
por comodidad y cobardía" (Cambours Ocampo, 1963:7).
5 Estas declaraciones pertenecen a una encuesta realizada a Cerretani para La Literatura Argentina, Buenos Aires, año III, Nº 34, junio de 1931, pp. 314.
6
Un compendio de textos polémicos en torno a la generación de novísimos y
a la anterior promoción de vanguardia –"primera generación de
vanguardia"– se halla recogido en Cambours Ocampo (1987).
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