NEFASTOS RECUERDOS DEL COLEGIO SAN JOSE OBRERO. Málaga
Yo tenía
diez años cuando mi padre me metió en el colegio San José Obrero, (año 1957)
situado en calle Pozos Dulces, en el casco viejo de la ciudad de Málaga, a
espaldas de la calle Carretería. No era un internado, era peor, era un Centro de Formación Profesional, de
artes y oficios que dirigía un cura con sotana talar con mucha mala leche
llamado el padre Mondéjar, un nombre que no olvidaré jamás. Sin embargo, los
demás profesores eran laicos. Empecé estudiando el oficio de mecánico
ajustador, luego delineante proyectista, no sé muy bien por qué razón mi padre
me mandó allí, acudían acudía la peor escoria de cada barrios malagueño.
El colegio
ya no está en Pozos Dulces, lo
trasladaron de aquel dédalo de calles estrechas, viejas y angostas, en
forma de “z”; muy cerca estaba la calle
de las putas y de la iglesia de nuestro Santísimo Cristo de los Viñedos y un
convento de las Catalinas, en cuyos soportales las putas se ponía a sisear a
los clientes. Creo, que hoy en día,
este colegio está por la barriada de Carranque, pero de este colegio no tengo
ni siquiera la foto recuerdo con el mapa de España detrás de mí, como era de costumbre
en la época, fotografiarse en el despacho del director. Un día antes de que
viniera el fotógrafos nos decían a todos los niños: «Mañana
vine el fotógrafo, que vuestra madre os adecente, os lave la cara y os peine
las greñas». Aquella fotografía anual
individual a un negocio porque después había que pagarla. La verdad es que el
aseo de los demás niños dejaba mucho que desear, pero a mí mi madre me tenía
como un sol a pesar de que éramos cinco hermanos. Yo era
un tarzán y los ratos que no estaba en el colegio, me lo pasaba jugando en la
calle, porque en la casa no se cabía, y, por la maña ya te echaban afuera, a jugar a las bolas, o al
trompo. Los maestros no ponían deberes.
Mi aula
estaba en el último piso y hacía mucho calor, no en vano estábamos en la Costa
del Sol, había en la pared un cuadro que siempre me impresionó la de un hombre
con un candado que le cerraba la boca, era la señal de que allí dentro no se
podía hablar ni con el compañero. En la pared frontal el retrato de Franco y al
lado el de José Antonio, había un mapa grande de España. Recuerdo una clase de
siderurgia sobre el convertidor Bessemer que consistía en un sistema de producir cantidades mayores de acero refinado que el
proceso del crisol, pero que no nunca me enteré cómo funcionaba.
Son
recuerdos de tardes con merienda de un vaso
leche en polvo y queso de bola de los americanos, se ve que cuando los
yanquis dieron la ayuda a España estos alimentos entraba en el lote. Los domingos teníamos misa obligatoria en la
iglesia del Corazón de Jesús, a espaldas del colegio. Teníamos una cartilla
donde nos ponían un sello de asistencia, y los lunes tocaba enseñar la cartilla
y si te faltaba el sello, el propio padre Mondéjar te daba un repaso en el
salón de actos con una correa de goma larga, parecida a una correa del ventilar
de un coche, hasta que al cura parecía bien, y allí en público, sin
contemplaciones, te azotaba por pecador contra los mandamientos de la Santa
Madre Iglesia Católica y Romana, por incumplir la obligación de asistir los
domingos misa. Otras veces te azotaban
porque ibas sucio o te habías peleado con algún alumno. Una vez que falté a
misa, se me ocurrió dibujar el sello para evitar el castigo, es decir, hice una
falsificación del sellito, cuando tocó enseñar la cartilla con la asistencia estaba
acojonado, me temblaban las manos, sudaba,
y se me salía el corazón por al boca, sin embargo, logré engañar al
padre Mondéjar, y como me salió tan bien el engaño decidí hacerme pintor.
Lo peor
que tenía la iglesia del Sagrado Corazón era cuando llegaba Semana Santa, todas
las tardes nos pasábamos horas y horas y más horas sentados en los bancos
escuchando al cura en el púlpito: «La muerte de Cristo es culpa de nuestros
pecados...», y más cosas que no puedo recordar, en lo que se llamaba ejercicios
espirituales, las verdad es que cuando llegaba el Jueves Santo y las Siete
Palabras, aquello era morirse de sueño, y que no se te ocurriera tener ganas de
orinar, porque levantarte era ya un pecado de atención, algunos alumnos se lo
hacían sentados en los bancos. Yo me tuve que orinar una vez en el banco
también, era preferible esto que probar la goma. Desde que vi cómo el cura
azotó a dos niños delante de mí, porque se habían fugado al río Guadalmedina,
le tomé un miedo feroz, era para mí como el demonio vestido de negro.
En el
salón de actos, preparado con escenario de teatro y pantalla de cine, se proyectaba el NO-DO y una película censurada,
religiosa, por supuesto, y al niño angelical Marcelino pan y vino, le
habías cogido un odio mortal. Cuando
venía alguna autoridad de visita, camisa azul con chaquetas blancas había que
hacer una exhibición simultánea de preguntas (diez o doce alumnos en el
escenario y un profesor nos iba peguntando desde el patio de butacas), una
especie de demostración cerebros, sobre
los avances tecnológicos y culturales que habían logrado el profesorado con
aquellos niños descerebrados y desahuciados de otros colegios, unos días antes
nos daban la lección que nos teníamos que aprender de memoria para el día
señalado. Una vez, no sé por qué razón me escogieron a mí, y me dijo el maestro
que me preguntaría los números primos, cuando llegó la hora yo no me acordaba
de nada, me quedó la mente en blanco, y
no dije ni pío a aquellos señores de camisa azul. Quedé fatal, y humillado para siempre en la
mente y en las manos que me las puso moradas, porque, después en clase probé la
palmatoria.
Por las
tardes había clases prácticas de mecánica en el taller, por lo general, nos
encargaban fabricar una pieza geométrica de un trozo de hierro, lo diseñabas
con primero con tiza y agua, y luego le sacabas el poliedro limando horas y
horas. Un día que me despisté de vigilar la pieza, un compañero de al lado me
echó saliva sobre la pieza que tenía en
el torno, y esto es lo peor para el hierro, luego no se lima. A esta
provocación tenía que enfrentarme yo solo, el compañero era un gordo del Perchel allí no podía medirme
con él porque de lo contrario el padre Mondéjar nos aplicaría el látigo de la
goma del ventilador para medirnos las espaldas.
Me fui a casa pensando en mi venganza, la cuestión era harto complicada
de resolver, si me acobardaba los demás alumnos se iban a envalentonar conmigo
y lo peor de todo era que te llamaran «gallina o gallinita». Así que al día
siguiente en la calle, en el reñidero,
antes de entra en el colegio, nada más ver al gordo del Perchel me fui
contra él como una locomotora y lo tumbé, él se levantó con la sonrisa de
«ahora verás» con la excusa del mal pagador, y se vino contra mí, dos veces di
contra una pared, sangraba por la nariz, sin embargo, era feliz, porque aquella
sangre era el pago para hacerme respetar.
Hubo un
corrillo azuzándonos hasta que nos separaron. Pero me gané el respeto a
puñetazos, que eso pasaba casi todos los días en el reñidero, y ya nadie osó en
echarme saliva en la pieza de hierro. Cuando llegué a mi casa mi padre no
estaba, menos mal, de lo contrario me llevo otra paliza, porque mi padre nunca
estaba, mi madre se me limpió «¿Con quién
te has peleado esta vez?», me preguntó.
No recodaba ya cuantas veces me tuve que pelear para sobrevivir en
aquella mierda de colegio en el barrio de Carretería. Menos mal que a los dos
años mi padre compró una casa en Coronel Osuna y nos fuimos a vivir allí me
metió en un colegio de pago el de Don Francisco en la plaza de Humilladeros,
aquello sí que era vida, de vez en cuando un reglazo nada más. Y los alumnos
eran corderitos comparados con los salvajes del San José Obrero. Por primera vez
tuve amigos: Antonio Zorrilla y Paco Sánchez.
Creo que tuviste una mala experiencia yo tengo otra versión que pase era un colegio de la época franquista yo saque mi oficio ahí y mi hermano que era mayor que yo saco el numero uno de su promoción de mecánico tornero el padre mondejar lo coloco en un trabajo en Madrid y se tiro dos años después se vino a Málaga se metió en una empresa y sea tirado toda su vida en el tengo buenos agradecimientos ya no vive pero donde este le deseo lo mejor le dio mucho a Málaga y a su gente era muy buena persona y austera en todo los sentidos siento tu mala experiencia pero no la comparto saludos Carlos acosta
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