El estilo es la persona, y
la técnica hay que aprenderla como en todo arte que se precie de serlo con
autenticidad y valía. Ya decía nuestro “Azorín”, que la escritura debe
parecer fácil al lector aunque en su composición no lo sea. Y es, en estos
esfuerzos de construcción sintáctica donde despuntan los
verdaderos escritores y poetas. Bermejo se derrama como un
vaso de buen vino de reserva con sencillez, a veces con ingenuidad de
chaval, metiéndonos como invitado en su azarosa vida interior y sentimental.
Cuando uno escribe su autobiografía es porque ya no le caben más recuerdos
en la memoria y tienes que darles liberación para dar cabida a otros nuevos.
Decía un poeta necesitado de amor como Federico García Lorca, “que
escribimos para que nos quieran”. Y es cierto, escribimos para
que nos aprecien.
El narrador de
Historia de yo es también el personaje dentro de la historia lo que se
llama técnicamente narrador homodiegético.
El destinatario de la narración o narratorio
no es otro que el lector indiscreto que quiera abril la pantalla del
ordenador para conocer las aventuras y desventuras de Bermejo. Existen tres
clases de lectores: el real, el virtual y el ideal. En el
Siglo de Oro, Cervantes empieza en El Quijote diciendo “Desocupado
lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo
del entendimiento…”. Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache,
condenado a galeras, empieza diciendo: “El deseo que tenía, curioso
lector, de contarte mi vida me daba tanta prisa para engolarte en ella sin
prevenir alguna cosa…” De esta guisa, y de una forma elíptica Carlos Bermejo
se dirige al lector cómplice para contarle su autobiografía, sin advertir
que todo es rigurosamente cierto, aunque así es porque muchos personajes
viven todavía y pueden dar fe de ello. Y porque el camino, la meta de
nuestra existencia es dejar recuerdos persistentes de nuestro pretérito,
pasos e imagen de nuestras huellas por este mundo (visible e invisible)lo
más eficaz y saludable para lo perdurable, es como ha hecho Carlos dejarlos
por escrito en libro (digital o papel) que son como esos sillares de
catedrales que persisten en el tiempo. Nosotros los constructores de libros,
somos uno más de los que colaboraron en la construcción, en la edificación
de la biblioteca universal.
Historia de yo
(de título con impacto gramatical) es en realidad un gran fresco diacrónico
de una autobiografía escrita con sinceridad sin importar que algunos
personajes no lleguen a ser mitos, ni lo serán (así es la vida real no todos
podemos ser héroes, aunque eso sí, somos héroes anónimos
cotidianos), a la vez jocoso y realistas, en una infancia
feliz aunque asfixiada por la religiosidad de postguerra del
nacional catolicismo, y que por haber vivir frente a la
iglesia y la religiosidad de su madre. Una vez el cura don José se
enteró de que Carlitos leía al “impío” Pío
Baroja, considerado anticlerical. Novelas que le prestada por el entonces su
cuñado
Salvador García Aguilar que fuera Premio Nadal de novela en 1983 por su
obra Regocijo en el hombre. La Iglesia Católica y sus inquisidores
siempre creyeron y siguen creyendo que toda lectura fuera de las
hagiografías y los evangelios, son un envenenamiento de las almas de los
fieles, lo que hoy se extiende al cine y a la televisión. En la obra
“carlosbermejiana” vemos las idas y venidas de una multitud de
personajes o nómina dramática que los expertos denominan “dramatis personae”,
desde sus padres y hermanos y hermanas, primos y primas, amigos y amigas, y,
sus amoríos y desamores dispersos, que, por lo general no
culminan por culpa de una férrea educación cristiana y el auto compromiso de
llegar virginal al matrimonio.
Lo que
aseguramos es que Carlos posee una gran habilidad narrativa que no provoca
siesta ni cansancio, sino que nos empuja, llevados por la ley interés –bien
construido- a que leamos y sigamos leyendo. Tenemos la suerte de que no es
una novela de ficción rosa de las que se alargan más de lo debido de autores
que tienen más fama de la calidad que nos dispensan sus obras. Los
gustos de hoy en día pasan por el cotilleo, la vida privada de
los escritores, aunque para ellos, suponga un conflicto de destape y baños
de sinceridad, pues nuestra sociedad mediatizada así nos lo demanda; por
ello, como en todo Arte, lo que el lector percibe en esta autobiografía son
emociones humanas, sentimientos que perduran en el tiempo, porque lo que
permanece no son las entelequias literarias, sino lo humano y lo cotidiano,
y que a su vez convierte a la obra en única, porque única es la vida de cada
cual; pero para ello, se han de tener las herramientas inspiradoras para
saber exponerla y presentarla con toda destreza y originalidad, como lo ha
escrito Bermejo. Hemos de tener en cuenta que los capítulos se podrían leer
por separado, pues son historias que empiezan y terminan, aunque estén
entrelazadas, de aquí el uso de los títulos para anunciarlos, aunque los
personajes luego se entrelazan.
Se entiende que la
narración como testimonio de lo vivido ha de ser un órgano vivo de estrecha
relación entre autor y lector (en una especie de osmosis de confidencias),
de aquí surge una connivencia entre ambos. Lo que nos interesa al lector
actual es la vida privada y particular (las biografías), pero que estén
contadas desde el punto de vista original y propio del autor: estilo propio
que llamaríamos en el arte de la pintura. Lo que más nos llega de la lectura
son las sensaciones que nos provoca el autor al relatar sus vivencias,
dependiendo, evidentemente del estado de ánimo que tengamos en cada momento
de encontrarnos con el texto.
Historia de yo es el
resultado de una experiencia personal que nos lleva por la infancia,
adolescencia y juventud de Carlos Bermejo (Molina del Segura, 1937) y nos
hace vivir amenas anécdotas como la escena de su bautizo cuando ya contaba
dos añitos de edad y al levantar el cura el brazo con la concha de agua
bendita se imaginó que saludaba a Franco con el signo
fascista, y vitoreó: “¡Canco, canco!”. Se van sucediendo anécdotas
muy curiosas como que sus hermanas le hicieron creer que fue un niño
encontrado por unos mendigos y dado en adopción a la familia, historia negra
que tanto le hizo sufrir en su infancia. O cuando era monaguillo y
acompañaba al cura a dar la extremaunción a un enfermos de muerte y se
encontraron con el vecino ateo y anticlerical (librepensador) que en su
lecho de muerte al recibir el Santo Viático del párroco Don Fulgencio,
despertó y se levantó de la cama cagándose en Dios y todos los Santos.
Luego, como es de esperar este grave blasfemo se muere inmediatamente. O con
el timo del azúcar en tiempos de estraperlo que le hizo un soldado a su
padre, pero al que el padre le perdonó al no reconocerlo cuando lo
detuvieron.
Carlos es el benjamín del
matrimonio de Doña María la de Ignacio, católica practicante que rezaba
tantas veces al día como un islamista ortodoxo, y Don José
María, un sastre de derechas de la CEDA, católico, caballero de la “Baba
Real” (que el lector debe averiguar), bien situado económicamente con
ciertas propiedades inmobiliarias, que tuvieron ocho hijos (cuatro chicas y
cuatro chicos). Iremos viéndolo crecer siendo juguete de sus hermanas
mayores que, a veces, duerme con ellas, que con cuatro años por poco se
muere por una enfermedad desconocida, que va a la escuela hasta los catorce
años, que juega a guerrear con sus amigos, que sale de
vacaciones a Escombreras y Puerto de Mazarrón, despertar a la pubertad y a
la sexualidad, que acude los baños en el río Segura, la lectura, el cine,
sus oficios varios de dependiente de droguero y de vigilante en un
salón de juegos recreativos propiedad del padre donde a veces tenía
que sacar pecho y enderezar la cresta de gallito peleón.
Llegada la edad del
reemplazo forzoso para hacer el servicio militar, opta por anticiparse con
el voluntariado para hacerlo en Madrid, donde quiere ir para
estar cerca de la vida cultural más cosmopolita, porque su deseo es el de
ser escritor, y, además quedar libre de la vigilancia paterna y sobre todo
materna casi inquisitorial. Una vez en la capital de España va
mostrándonos un amplio abanico de personajes que dan fe de un
tiempo histórico pasado de postguerra. Como soldado de Infantería, poco a
poco se va adaptando a la responsabilidad de su profesión castrense, deja su
apetito de ser escritor por el bronco porvenir de las armas, consigue varios
ascensos y durante su testimonio vemos la dura vida del soldado español de
postguerra y sus traslados, porque como escribió Calderón de la Barca: “La
Milicia no es más que una/ religión de hombres honrados”.
Le esperaba el
maravilloso Madrid de luz velazqueña y de los años cincuenta que ya no
volverán y le vemos pasear par la Gran Vía, Puerta del Sol, Plaza de España
o Cibeles. Carlos nos hablará del Café Gijón y de los escritores y poetas
que allí se reunían en los años cincuenta como Camilo José Cela, José Nieto,
Luis López Anglada, o de sus asistencias a conferencias en el Ateneo, los
teatros, revistas y varietés, al cine, a los museos y exposiciones donde le
viene su afición por la pintura. Época de formación, puesto que se considera
autodidacta. Por ello, nos encontramos ante un joven que ha
despertado a la cultura que nos describe con gran exactitud las escenas,
describe los lugares y argumenta sus vivencias, enamoramientos tempranos y
desengaños, experiencia frustradas con prostituta y “feladoras”, sexualidad
amanuense e inapetencia ante las mujeres rubias, hasta que encuentrará a una
cordobesa morena “racial andaluza” que lo entiende y le hará sentar la
cabeza.
Como he comentado
Historia de yo (escaparate de mundologías y amores) es una
autobiografía-testimonio muy singular, una larga confesión, pero hay que
apuntar que existen varios tipos o clases de autobiografías. La
autobiografía se entendiende como relato retrospectivo en prosa que una
persona real hace de su propia existencia, en tanto que pone el acento sobre
su vida individual, en particular sobre la historia de su personalidad. Con
el autor del libro coinciden el narrador y el narratorio o
personaje en primera persona del yo o narrador interior. El
pacto con el protagonista es como un «contrato» establecido entre autor y
lector por el que tácitamente aquel se compromete a contar la verdad sobre
su vida, y éste a creer el relato ofrecido en connivencia con él.
No debemos confundir la biografía con las memorias, el epistolario con el diario íntimo, ni la autobiografía o prosa narrativa con la novela. Como me confirma Carlos que lo contado es verdad, por consiguiente no estamos antes es una novela de ficción, sino prosa narrativa, puesto que “la novela –según definición de Carmen Bobes, La Novela, 1998- es un texto narrativo de carácter ficcional, de cierta extensión…”. Podríamos hablar sobre los géneros literarios y su teoría, pero no es esta crónica el lugar ni el espacio-tiempo para extendernos. Lo que deseamos valorar es que Carlos, a través de su autobiografía consigue provocar un placer estético y nos lleva de la mano por sus vivencias con gracia y sin pudor, como ese amigo suyo que era coleccionista de vellos púbicos de mujeres fáciles. También cuando fue extra en la película “Espartaco” de Kubrick, ya que el Ejército Español colaboró para poner los soldados romanos o como esclavos, junto a Kirk Douglas ¡qué honor! Y es así como con toda naturalidad vamos conociendo a este chico tímido de pueblo enamoradizo (congelado y reprimido por una fuerte represión religiosa, machacado a pajas) que se fue a Madrid a hacer el servicio militar voluntario donde permaneció ocho años con ascenso a Sargento y destinado a Gerona. Estos años en la capital de España fueron un periodo de formación, gastando el poco dinero que tenía en libros que compraba de segunda mano en la Cuesta Moyano, y dando sueltas a sus deseos de ser escritor, como un Miguel Hernández, pero en un Madrid de los años cincuenta. Además vivió la vida libre de un soltero con otros amigos, aquí llegó a conocer a Carlos Larrañaga y a su paisana Bárbara Rey, y a poetas y escritores.
Esta autobiografía, sabiamente escrita, es
una delicia y es de agradecer por el uso, siempre difícil desde el punto de
vista sintáctico, como es el de enlazar las oraciones subordinadas para
hacernos cómoda su lectura. En los diálogos recurre el estilo indirecto lo
que le da velocidad a la narración. Pocas veces usa el estilo
directo en los diálogos, que por lo general, son vallas con guiones en medio
de una carrera de lectura. Posee la fuerza verbal y la capacidad de
recreación de un mundo propio y ésta es una característica que no deja de
sorprender en el panorama narrativo actual. Su currículum de escritor ha
chocado siempre con la publicación, ha escrito múltiples relatos, tiene
varias novelas guardadas en el cajón y otras en
construcción para enviar a premios. Además, con sus treinta años de
periodista, más infinidad de artículos, crónica y críticas de arte, le dan a
su pluma una agilidad de acción y movimiento que evidencia su
gran experiencia y formación sintáctica de gran altura, para llevarnos por
las sendas, a veces infernales y otras amorosas de sus vivencias, o más bien
una saga familiar murciana. Tiene publicado un libro
Mirar un cuadro y algo más, Alicante, 2009, sobre las entrevistas y
reseñas crítica que hizo de 32 artistas alicantinos en la secciones “Mirar
un cuadro”.
Tras la lectura de
Historia de yo me considero un forofo admirador de
este estilo erótico de un adolescente que despierta al sexo por varias
anécdotas muy bien contadas y simpático pudor en sus escarceos amorosos con
su prima A-x (la del gatillazo), o la criada Margarita-x, o con esa mujer
rebautizada como XXX con la que usa símiles de la jerga
militares como “fusil en guardia” o “mástil enhiesto” para describir una
erección, propios de un joven que ejerce el noble oficio militar; o su
desengaño con María Dolores-x, una cría de colegio de monjas con la que
comete el error de darle a leer los primeros relatos que había escrito de
“realismo sucio” en los bajos fondos de la ciudad X. Se cuida
el autor de señalar los apellidos de los personajes con una x,
para evitar alusiones a personas que se pudieran molestar porque viven hoy
día. Al no usar apellidos, el lector puede perderse y confundir a los
personajes con otros, pero al no ser una novela con intriga, con argumento,
nudo y desenlace, no tiene gran transcendencia, ya que es fácil averiguar
quien es quien. Tras encontrar esta larga trinchera de xxxxxx, uno entra un
mundo de claves que recuerda a la máquina alemana “Enigma”
que disponía de un mecanismo de cifrado rotatorio que permitía
usarla tanto para cifrar y descifrar mensajes. Lo que le da cierto carácter
enigmático a la lectura, a la que uno se tiene que aplicar porque te gusta
conforme avanzas. Otros recursos utilizados son el de rebautizar a los
personajes con apellidos raros o poco comunes como el Sargento Bevilacqua de
las novelas de Lorenzo Silva. Los nombres de cinco hermanos se preservan
hasta el final: María, Consuelo, Aurora, Juan y José María.
Al escribir sobre lo que se
ha vivido, el personaje nos invita a participar en su mundo privado y nos
convertimos en “voyeristas” insaciables, porque así es la condición humana:
ver sin ser vistos. Y es este lenguaje del yo, que es una forma de lenguaje
sublimar del nosotros, es lo que nos impulsa a leer y leer, sin descanso.
Puesto que el modo íntimo al estilo de Proust, del Amiel, y de otros
escritores de la llamada auto-ficción ya pasó. Ahora buscamos realidades.
También es de agradecer algunos párrafos de prosa poética, citas de poetas
románticos y letras de algunas canciones.
Lo que ha conseguido Carlos
Bermejo es un relato autobiográfico, libre confesión, sin tapujos ni tabúes,
a veces acrónico, con saltos temporales hacia adelante y hacia atrás, lleno
de un emocionante palpitar de situaciones y experiencias sexuales o
militares, a veces, insólitas. Abundan descripciones rápidas y eficaces en
la compresión de los lugares descritos, sin detenerse en circunloquios para
perder el tiempo en cómo chirría las bisagras
una vieja puerta cuando se abre o qué le recuerdan a Prout las magdalenas,
propia de una escritura retórica y neobarroca; es decir, que Carlos va al
grano. Usa con frecuencia el recurso fisonomista del retrato
comparativo, como el de contrastar a las personas que va conociendo con
actores o actrices de cine, e incluso hay una Emperatriz, y con ello los
lectores vemos perfectamente la imagen caracterizada de la persona que nos
describe.
Además en el lenguaje
metafórico he encontrado algunos hallazgos interesante como esa “higuera
grande de higos toreros”, o un billete de cinco pesetas que se los había
dado el viento, o “anillos de compromiso que encadenaban el deseo”, al
referirse al vello rizado y anillado de la sonrisa vertical, y así unos y
otras frases simbólicas de gran ingenio. O de aquella escena con la bella y
rubia alemana Elke-x -su Ángel-, donde lloró al escuchar las secretas
confidencias de ella, y, Carlos escribe: “mi corazón lloraba
al compás de sus ojos”, expresión que considero una de las diez mejores del
libro junto a: “Todas mis cartas estaba bañadas de ausencia…”. Carlos tuvo
el atrevimiento de llevar a la alemana por tres días a su casa del pueblo
-¿Molina de Segura?-, vetusta y muy noble ciudad murciana de levítica vida
cristiana, donde sus padres y hermanas la conocieron, y donde
fue rechazada por un padre de costumbres decimonónicas que le sentenció: “Si
te casas con esta mujer, no vuelvas por esta casa”. Es curioso el pasaje de
cuando estuvieron a punto de ser detenidos en el tren por un “policía
secreta” que quiso darse el bacilón con ellos. Aunque un año después y por
falta de regar el huerto a su debido tiempo y el error de divinizar a las
mujeres, la rubia Elke (parecida a la actriz Elke Sommer, de
labios de corazoncitos) acabó en brazos de un compatriota germano de origen
nazi.
Opino que Bermejo ha dado
en el blanco de lo que podíamos denominar: arte literario contemporáneo de
última factura, ágil y espontáneo -sin extraños artificios-, que me recuerda
al novelita Manuel Talens en su novela “La parábola de Carmen la Reina”
(1992), cuyos sucesos ocurren en el pueblo granadino de Artefa (un pueblo
alpujarreño de ficción), pero con más detalles íntimos. Por el
contrario, damos por hecho que las múltiples escenas narradas durante la
infancia y juventud, ocurren en Molina de Segura (lugar de nacimiento del
“alter ego” Carlos Bermejo), aunque el autor en ningún momento del libro
menciona a este pueblo murciano de la comarca media del Segura donde las
campanas retumban con el bronce de sus badajos a cualquier hora del día o de
la noche hasta despertar a los gallos. El pueblo más cercano que nombra en
su libro en el capítulo 15 es Alguazas, que tiene estación de Renfe.
Desconozco si ha sido adrede o por omisión. Opino que en una autobiografía
debería aparecer el nombre del pueblo donde acuden los recuerdos de su
infancia y mocedad del narrador o usar un nombre ficticio; puesto que el
lugar, el espacio, el medio ambiente da carácter al personaje, no es lo
mismo nacer en un pueblo murciano, que en uno galleo o vasco. Puesto que la
luz de la región provoca cambios en el cronotipo de las personas.
Recordando algunos
espacios ficticios-literarios, tenemos a Juan Benet sitúa la
acción de sus novelas en Región, Gabriel García Márquez en Macondo, Antonio
Muñoz Molina en Mágina, por citar solamente a autores en castellano. No es
una novedad literaria omitir el nombre del lugar de la acción, recordemos
que Miguel de Cervantes quiso que toda La Mancha fuera el lugar de donde era
originario el Ingenioso Hidalgo Don Quijote.
Por último nos
encontramos con el capítulo 16, de gran extensión (bien pudo dividirse en
dos o tres capítulos), donde en el otoño de 1961 conoce en Madrid a una
bella y joven cordobesa, bondadosa, morena (es importante lo
de morena porque las rubias no le excitaban) y moldeable,
llamada Loli, sin x, es el único nombre de mujer que aparece sin la temida x
de trincheras. Loli reside en casa de sus tíos estudiando en la Academia de
Corte y Confección de Doña Basi y ayudando en las labores de la casa de los
tíos. Surge el enamoramiento, la relación amorosa se salpican
de encuentros en parques, jardines, cines y rellanos de escaleras, un
periodo epistolar por la ausencia de ella y de él que, de alguna forma
fortalecieron este amor. Es una especie de “Love Story” a la española donde
Carlos nos cuenta con “pelos y señales” todo los arrumacos, empujones,
carias y erecciones de una pareja de novios, de un amor sin abusar para
llegar vírgenes al “sagrado matrimonio”. Donde nos ofrece algunas escenas de
precalentamiento al sexo que yo llamaría “sexo decente” y escrito
púdicamente. El lector intuye que esta incontinencia es inhumano y
frustrante, lo cual le da más interés al relato para seguir leyendo y
buscando en las páginas secretas por si en algún momento se consumara el
coito prematrimonial. Pues tomando las propias palabras del narrador estos
amantes son “cuerpos jóvenes y martirizados por el deseo insatisfecho”. Y
además, entre bandolinas a estilo de “La Regenta” de Clarín, parece un
confesor de la Iglesia de San José de Madrid donde han de confesar sus
pecados de quererse, pero sin propósito de enmienda, caro; ella al
arrodillarse en el confesionario tenía que presentarse: “Soy Loli, la novia
de Carlos”. Con esta fórmula el confesor ya tenía un antecedente para
sentenciar la penitencia. La frase final del libro es culminante:
“para que abriéramos el baile en el que por fin llegaríamos a los más…”.
Esposa que le ha dado cuatro hijas.
La portada del libro
presenta la fotografía del autor cuando tenía cuatro años, cogido a un
conejito de peluche, con tez de color cetrino con un pelo largo y rizado que
semeja al de una niña. Se estructura en dos grandes bloques: Libro primero:
infancia y juventud. Libro segundo: pubertad, adolescencia y juventud que
suman 16 capítulos. Ilustrado con una veintena de fotografías
que actúan como notarios del tiempo pasado y fe documental.
Contiene 265 páginas según indica Amazon.
Y para concluir, considero
que Carlos Bermejo ha desarrollado una gran capacidad para contar y enlazar
historias con una prosa desbordante, por ello, este libro es una
obra muy lograda, emocionante y llena de pasajes humanos que nos ha
sorprendido gratamente, y además es de agradecer que se lee de corrido con
agrado e interés. Pienso que como un cuadro contemporáneo la narración
moderna le va a la zaga con la intención de provocar en el lector una
emoción, una provocación y un grato recuerdo. Obra muy lograda donde uno se
sorprende, se alegra, se llora y se emociona a la vez que se
extraña de un testimonio lleno de descarnada sinceridad sin tabúes. Aunque
parezca una obra sencilla de escribir, tiene detrás unos artilugios y una
tramoya compositiva que solamente los que dominan el difícil arte de narrar,
más muchos años de lecturas y escrituras, saben, y son capaces
de utilizar con acierto, que es lo complicado, contar no ya con eficacia
sino con estilo propio y convenciendo, donde se vea la diferencia respecto a
otros artistas de la palabra. Usa un yo completo, un yo
pleno, un yo rico en anécdotas, porque Historia de yo no es una obra
más, perecedera, sino que le auguro muchos éxitos por ser testigo de una
época lateralmente murciana y madrileña. Aunque es grotesco comparar, opino
que Carlos podría ser nuestro Karl Ove Knausgard, sin tuviera un agente
literario y la publicidad mediática del noruego, porque en definitiva los
dos hacen lo mismo: escribir descarnadamente sobre sus vivencias.
Al libro de Carlos
simplemente le falta una edición en papel, y le sobra calidad humana y
literaria. Es cierto que las versiones digitales sirven para divulgar, y
Amazon.es, versión Kindler, es quizás el mejor portal para dar este salto de
trampolín al mundo de la publicación virtual; sin embargo, el libro de papel
le espera porque es la persistencia del mensaje
escrito aunque el e-book sirve para divulgar la obra. Auguramos que
Historia de yo, está llamado a ser un “best-seller”. Sería
deseable que este autor no tuviera que depender de premios, ni de
publicaciones digitales para dar a conoce sus obras.
Escritor y poeta
Alicante, 19 de agosto 2014
.......................BIOGRAFÍA...........
Carlos Bermejo
Hernández, natural de Molina
de Segura 1937 (Murcia) desde mayo del 68 reside entre Alicante y San
Vicente.
Lector empedernido
desde la niñez y escritor en la adolescencia, escribió su primera novela a
los catorce años.
Con el secreto deseo
de hacerse escritor, marchó a Madrid a mediados de los cincuenta.
Frecuentador de tertulias literarias, se presentó a algunos premios
literarios, sin éxito. Militar profesional, nunca abandonó su afición por
las letras y fruto de ello, son los veinte años que estuvo como colaborador
del Diario Información, corresponsal en Alicante de la Revista Yate y
Motonáutica y como Jefe de Prensa del Real Club de Regatas.
Conserva en el fondo de
un cajón sin fondo alguna novela, poemas y otros escritos literarios.
Escribe y hace crítica de Arte, en diversos medios. Conferenciante,
presentador en exposiciones y catálogos, recientemente ha escrito y editado
el libro “MIRAR UN CUADRO Y ALGO MÁS”, en el que recoge las
semblanzas de numerosos pintores , que pasan por el Taller que él dirige y
presenta en la Asociación de Artistas Alicantinos, de la que es socio y
Secretario.
En 1978 comenzó a
pintar y con mayor o menor intensidad según criterios arbitrarios de su
voluntad, ha compaginado literatura y pintura y, en esta, es ahora un
reconocido pintor marinista.
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