lunes, 19 de septiembre de 2016

Comentarios. HISTORIAS DE YO, de Carlos Bermejo, por Ramón Fernandez Palmeral

Para fortuna y gozo de nuestros sentidos, Carlos Bermejo ha escrito una  sorprendente autobiografía-testimonio en prosa narrativa: Historia de yo (Amazon.es,digital, 2014) con gracia y hurgando en los recuerdos más recónditos de su niñez, donde hace un repaso integral y realista de la vida familiar, de  las costumbres de la época, desnudándose interior y exteriormente con una escritura directa,  amena y fácil de leer; pero, que a la vez es difícil de componer desde el yo de la primera persona, puesto que al elegir el yo solamente se tiene perspectiva de uno mismo, no de lo que hacen o dicen los otros personajes.  Con esta obra se ha armado caballero de las letras hispanas, porque es un libro diferente si hemos de aceptar que todas las historias contadas son ciertas y sucedidas en su vida, vivas aún en el recuerdo, llenas de añoranzas y salpicadas de recuerdos, algunos eróticos. Porque, aunque a veces, es cierto que inevitablemente reescribimos nuestros recuerdos­­, para ajustarlos mejor a nuestra forma actual de pensar, siempre tienen la misma matriz: la memoria. Lo eficaz de escribirse uno su autobiografía es que luego no pueden venir otros a inventar o añadir sucesos que, o bien no sucedieron, o sucedieron de otra forma.
     El estilo es la persona, y la técnica hay que aprenderla como en todo arte que se precie de serlo con autenticidad y valía. Ya decía nuestro “Azorín”, que la escritura debe parecer fácil al lector aunque en su composición no lo sea. Y es, en estos esfuerzos de construcción sintáctica  donde despuntan los verdaderos escritores y  poetas. Bermejo se derrama como un vaso de buen vino de reserva con sencillez, a veces con ingenuidad de chaval, metiéndonos como invitado en su azarosa vida interior y sentimental. Cuando uno escribe su autobiografía es porque ya no le caben más recuerdos en la memoria y tienes que darles liberación para dar cabida a otros nuevos. Decía un poeta necesitado de amor como Federico García Lorca, “que escribimos para que nos quieran”.  Y es cierto, escribimos para que nos aprecien.
      El narrador de Historia de yo es también el personaje dentro de la historia lo que se llama técnicamente narrador homodiegético. El destinatario de la narración o narratorio no es otro que el lector indiscreto que quiera abril la pantalla del ordenador para conocer las aventuras y desventuras de Bermejo. Existen tres clases de lectores: el real, el virtual y el ideal.  En el Siglo de Oro, Cervantes empieza en El Quijote diciendo “Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento…”.  Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache, condenado a galeras, empieza diciendo: “El deseo que tenía, curioso lector, de contarte mi vida me daba tanta prisa para engolarte en ella sin prevenir alguna cosa…” De esta guisa, y de una forma elíptica Carlos Bermejo se dirige al lector cómplice para contarle su autobiografía, sin advertir que todo es rigurosamente cierto, aunque así es porque muchos personajes  viven todavía y pueden dar fe de ello. Y porque el camino, la meta de nuestra existencia es dejar recuerdos persistentes de nuestro pretérito, pasos e imagen de nuestras huellas por este mundo (visible e invisible)lo más eficaz y saludable para lo perdurable, es como ha hecho Carlos dejarlos por escrito en libro (digital o papel) que son como esos sillares de catedrales que persisten en el tiempo. Nosotros los constructores de libros, somos uno más de los que colaboraron en la construcción, en la edificación de la biblioteca universal.

       Historia de yo (de título con impacto gramatical) es en realidad un gran fresco diacrónico de una autobiografía escrita con sinceridad sin importar que algunos personajes no lleguen a ser mitos, ni lo serán (así es la vida real no todos podemos ser héroes, aunque eso sí, somos  héroes anónimos cotidianos), a la vez jocoso y realistas,  en una infancia feliz aunque asfixiada  por la religiosidad de postguerra del nacional catolicismo, y que por  haber vivir frente a la iglesia y la religiosidad de su madre. Una vez el cura don José  se enteró de que Carlitos  leía al “impío”  Pío Baroja, considerado anticlerical. Novelas que le prestada por el entonces su cuñado Salvador García Aguilar que fuera Premio Nadal de novela en 1983 por su obra Regocijo en el hombre. La Iglesia Católica y sus inquisidores siempre creyeron y siguen creyendo que toda lectura fuera de las hagiografías y los evangelios, son un envenenamiento de las almas de los fieles, lo que hoy se extiende al cine y a la televisión. En la obra “carlosbermejiana”  vemos las idas y venidas de una multitud de personajes o nómina dramática que los expertos denominan “dramatis personae”, desde sus padres y hermanos y hermanas, primos y primas, amigos y amigas, y, sus amoríos y desamores dispersos,  que, por lo general no culminan por culpa de una férrea educación cristiana y el auto compromiso de llegar virginal al matrimonio. 
     Lo que  aseguramos es que Carlos posee una gran habilidad narrativa que no provoca siesta ni cansancio, sino que nos empuja, llevados por la ley interés –bien construido- a que leamos y sigamos leyendo. Tenemos la suerte de que no es una novela de ficción rosa de las que se alargan más de lo debido de autores que tienen más fama de la calidad que nos dispensan sus obras.  Los gustos de hoy en día pasan por el cotilleo, la vida  privada de los escritores, aunque para ellos, suponga un conflicto de destape y baños de sinceridad, pues nuestra sociedad mediatizada así nos lo demanda; por ello, como en todo Arte, lo que el lector percibe en esta autobiografía son emociones humanas, sentimientos que perduran en el tiempo, porque lo que permanece no son las entelequias literarias, sino lo humano y lo cotidiano, y que a su vez convierte a la obra en única, porque única es la vida de cada cual; pero para ello, se han de tener las herramientas inspiradoras para saber exponerla y presentarla con toda destreza y originalidad, como lo ha escrito Bermejo. Hemos de tener en cuenta que los capítulos se podrían leer por separado, pues son historias que empiezan y terminan, aunque estén entrelazadas, de aquí el uso de los títulos para anunciarlos, aunque los personajes luego se entrelazan.
     Se entiende que la narración como testimonio de lo vivido ha de ser un órgano vivo de estrecha relación entre autor y lector (en una especie de osmosis de confidencias), de aquí surge una connivencia entre ambos. Lo que nos interesa al lector actual es la vida privada y particular (las biografías), pero que estén contadas desde el punto de vista original y propio del autor: estilo propio que llamaríamos en el arte de la pintura. Lo que más nos llega de la lectura son las sensaciones que nos provoca el autor al relatar sus vivencias, dependiendo, evidentemente del estado de ánimo que tengamos en cada momento de encontrarnos con el texto.
   Historia de yo es el resultado de una experiencia personal que nos lleva por la infancia, adolescencia y juventud de Carlos Bermejo (Molina del Segura, 1937) y nos hace vivir amenas anécdotas como la escena de su bautizo cuando ya contaba dos añitos de edad y al levantar el cura el brazo con la concha de agua bendita se imaginó que saludaba  a Franco con el signo fascista, y vitoreó: “¡Canco, canco!”.   Se van sucediendo anécdotas muy curiosas como que sus hermanas le hicieron creer que fue un niño encontrado por unos mendigos y dado en adopción a la familia, historia negra que tanto le hizo sufrir en su infancia. O cuando era monaguillo y acompañaba al cura a dar la extremaunción a un enfermos de muerte y se encontraron con el vecino ateo y anticlerical (librepensador) que en su lecho de muerte al recibir el Santo Viático del párroco Don Fulgencio, despertó y se levantó de la cama cagándose en Dios y todos los Santos. Luego, como es de esperar este grave blasfemo se muere inmediatamente. O con el timo del azúcar en tiempos de estraperlo que le hizo un soldado a su padre, pero al que el padre le perdonó al no reconocerlo cuando lo detuvieron.

       Carlos es el benjamín del matrimonio de Doña María la de Ignacio, católica practicante que rezaba tantas veces al día como un islamista ortodoxo, y  Don José María, un sastre de derechas de la CEDA, católico, caballero de la “Baba Real” (que el lector debe averiguar), bien situado económicamente con ciertas propiedades inmobiliarias, que tuvieron ocho hijos (cuatro chicas y cuatro chicos). Iremos viéndolo crecer siendo juguete de sus hermanas mayores que, a veces, duerme con ellas, que con cuatro años por poco se muere por una enfermedad desconocida, que va a la escuela hasta los catorce años, que juega a guerrear con sus amigos, que sale  de vacaciones a Escombreras y Puerto de Mazarrón, despertar a la pubertad y a la sexualidad, que acude los baños en el río Segura, la lectura, el cine, sus oficios varios de dependiente de droguero y de vigilante en un  salón de juegos recreativos propiedad del padre donde a veces tenía que sacar pecho y enderezar la cresta de gallito peleón. 
      Llegada la edad del reemplazo forzoso para hacer el servicio militar, opta por anticiparse con el  voluntariado para hacerlo en Madrid, donde quiere ir para estar cerca de la vida cultural más cosmopolita, porque su deseo es el de ser escritor, y, además quedar libre de la vigilancia paterna y sobre todo materna casi inquisitorial.  Una vez en la capital de España va mostrándonos un amplio abanico de personajes que dan fe de un  tiempo histórico pasado de postguerra. Como soldado de Infantería, poco a poco se va adaptando a la responsabilidad de su profesión castrense, deja su apetito de ser escritor por el bronco porvenir de las armas, consigue varios ascensos y durante su testimonio vemos la dura vida del soldado español de postguerra y sus traslados, porque como escribió Calderón de la Barca: “La Milicia no es más que una/ religión de hombres honrados”.
       Le esperaba el maravilloso Madrid de luz velazqueña y de los años cincuenta que ya no volverán y le vemos pasear par la Gran Vía, Puerta del Sol, Plaza de España o Cibeles. Carlos nos hablará del Café Gijón y de los escritores y poetas que allí se reunían en los años cincuenta como Camilo José Cela, José Nieto, Luis López Anglada, o de sus asistencias a conferencias en el Ateneo, los teatros, revistas y varietés, al cine, a los museos y exposiciones donde le viene su afición por la pintura. Época de formación, puesto que se considera autodidacta. Por ello,  nos encontramos ante un joven que ha despertado a la cultura que nos describe con gran exactitud las escenas, describe los lugares y argumenta sus vivencias, enamoramientos tempranos y desengaños, experiencia frustradas con prostituta y “feladoras”, sexualidad amanuense e inapetencia ante las mujeres rubias, hasta que encuentrará a una cordobesa morena “racial andaluza” que lo entiende y le hará sentar la cabeza.
         Como he comentado Historia de yo (escaparate de mundologías y amores) es una autobiografía-testimonio muy singular, una larga confesión, pero hay que apuntar que existen varios tipos o clases de autobiografías. La autobiografía se entendiende como relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, en tanto que pone el acento sobre su vida individual, en particular sobre la historia de su personalidad. Con el  autor del libro coinciden el narrador y el narratorio o personaje en primera persona del yo o narrador interior.  El pacto con el protagonista es como un «contrato» establecido entre autor y lector por el que tácitamente aquel se compromete a contar la verdad sobre su vida, y éste a creer el relato ofrecido en connivencia con él. 

     No debemos confundir la biografía con las memorias, el epistolario con el diario íntimo, ni la autobiografía o prosa narrativa con la novela.  Como me confirma Carlos que lo contado es verdad, por consiguiente no estamos antes es una novela de ficción, sino prosa narrativa, puesto que “la novela –según definición de Carmen Bobes, La Novela, 1998- es un texto narrativo de carácter ficcional, de cierta extensión…”.  Podríamos hablar sobre los géneros literarios y su teoría, pero no es esta crónica el lugar ni el espacio-tiempo para extendernos. Lo que deseamos valorar es que Carlos, a través de su autobiografía consigue provocar un placer estético y nos lleva de la mano por sus vivencias con gracia y sin pudor, como ese amigo suyo que era coleccionista de vellos púbicos de mujeres fáciles. También cuando fue extra en la película “Espartaco” de Kubrick, ya que el Ejército Español colaboró para poner los soldados romanos o como esclavos, junto a Kirk Douglas ¡qué honor!  Y es así como con toda naturalidad vamos conociendo a este chico tímido de pueblo enamoradizo (congelado y reprimido por una fuerte represión religiosa, machacado a pajas) que se fue a Madrid a hacer el servicio militar  voluntario  donde permaneció ocho años con ascenso a Sargento y destinado a Gerona. Estos años en la capital de España fueron un periodo de formación, gastando el poco dinero que tenía en libros que compraba de segunda mano en la Cuesta Moyano,  y dando sueltas a sus deseos de ser escritor, como un Miguel Hernández, pero en un Madrid de los años cincuenta. Además vivió la vida libre de un soltero con otros amigos, aquí llegó a conocer a Carlos Larrañaga y a su paisana Bárbara Rey, y a poetas y escritores.
       Esta autobiografía, sabiamente escrita, es una delicia y es de agradecer por el uso, siempre difícil desde el punto de vista sintáctico, como es el de enlazar las oraciones subordinadas para hacernos cómoda su lectura. En los diálogos recurre el estilo indirecto lo que  le da velocidad a la narración. Pocas veces usa el estilo directo en los diálogos, que por lo general, son vallas con guiones en medio de una carrera de lectura. Posee la fuerza verbal y la capacidad de recreación de un mundo propio y ésta es una característica que no deja de sorprender en el panorama narrativo actual. Su currículum de escritor ha chocado siempre con la publicación, ha escrito múltiples relatos, tiene varias  novelas  guardadas en el cajón y otras en construcción para enviar a premios. Además, con sus treinta años de periodista, más infinidad de artículos, crónica y críticas de arte, le dan a su pluma una agilidad de acción y movimiento  que evidencia su gran experiencia y formación sintáctica de gran altura, para llevarnos por las sendas, a veces infernales y otras amorosas de sus vivencias, o más bien una saga familiar murciana.      Tiene publicado un libro Mirar un cuadro y algo más, Alicante, 2009, sobre las entrevistas y reseñas crítica que hizo de 32 artistas alicantinos en la secciones “Mirar un cuadro”.
         Tras la lectura de Historia de yo  me considero un forofo admirador de este estilo erótico de un adolescente que despierta al sexo por varias anécdotas muy bien contadas y simpático pudor en sus escarceos amorosos con su prima A-x (la del gatillazo), o la criada Margarita-x, o con esa mujer rebautizada como  XXX con la que usa símiles de la jerga militares como “fusil en guardia” o “mástil enhiesto” para describir una erección, propios de un joven que ejerce el noble oficio militar; o su desengaño con María Dolores-x, una cría de colegio de monjas con la que comete el error de darle a leer los primeros relatos que había escrito de “realismo sucio” en los bajos fondos de la ciudad X.  Se cuida el autor de señalar los apellidos de los personajes con  una x, para evitar alusiones a personas que se pudieran molestar porque viven hoy día. Al no usar apellidos, el lector puede perderse y confundir a los personajes con otros, pero al no ser una novela con intriga, con argumento, nudo y desenlace, no tiene gran transcendencia, ya que es fácil averiguar quien es quien. Tras encontrar esta larga trinchera de xxxxxx, uno entra un mundo de claves que recuerda a la máquina alemana “Enigma”  que disponía de un mecanismo de cifrado rotatorio que permitía usarla tanto para cifrar y descifrar mensajes. Lo que le da cierto carácter enigmático a la lectura, a la que uno se tiene que aplicar porque te gusta conforme avanzas. Otros recursos utilizados son el de rebautizar a los personajes con apellidos raros o poco comunes como el Sargento Bevilacqua de las novelas de Lorenzo Silva. Los nombres de cinco hermanos se preservan hasta el final: María, Consuelo, Aurora, Juan y José María.
    Al escribir sobre lo que se ha vivido, el personaje nos invita a participar en su mundo privado y nos convertimos en “voyeristas” insaciables, porque así es la condición humana: ver sin ser vistos. Y es este lenguaje del yo, que es una forma de lenguaje sublimar del nosotros, es lo que nos impulsa a leer y leer, sin descanso. Puesto que el modo íntimo al estilo de Proust, del Amiel, y de otros escritores de la llamada auto-ficción ya pasó. Ahora buscamos realidades. También es de agradecer algunos párrafos de prosa poética, citas de poetas románticos y letras de algunas canciones.
    Lo que ha conseguido Carlos Bermejo es un relato autobiográfico, libre confesión, sin tapujos ni tabúes, a veces acrónico, con saltos temporales hacia adelante y hacia atrás, lleno de un emocionante palpitar de situaciones y experiencias sexuales o militares, a veces, insólitas. Abundan descripciones rápidas y eficaces en la compresión de los lugares descritos, sin detenerse en circunloquios para  perder el tiempo en  cómo chirría las bisagras una vieja puerta cuando se abre o qué le recuerdan a Prout las magdalenas, propia de una escritura retórica y neobarroca; es decir, que Carlos va al grano. Usa con frecuencia el recurso fisonomista del retrato comparativo, como el de contrastar a las personas que va conociendo con actores o actrices de cine, e incluso hay una Emperatriz, y con ello los lectores vemos perfectamente la imagen caracterizada de la persona que nos describe.
    Además en el lenguaje metafórico he encontrado algunos hallazgos interesante como esa “higuera grande de higos toreros”, o un billete de cinco pesetas que se los había dado el viento, o “anillos de compromiso que encadenaban el deseo”, al referirse al vello rizado y anillado de la sonrisa vertical, y así unos y otras frases simbólicas de gran ingenio. O de aquella escena con la bella y rubia alemana Elke-x -su Ángel-, donde lloró al escuchar las secretas confidencias  de ella, y, Carlos escribe: “mi corazón lloraba al compás de sus ojos”, expresión que considero una de las diez mejores del libro junto a: “Todas mis cartas estaba bañadas de ausencia…”. Carlos tuvo el atrevimiento de llevar a la alemana por tres días a su casa del pueblo -¿Molina de Segura?-, vetusta y muy noble ciudad murciana de levítica vida cristiana,  donde sus padres y hermanas la conocieron, y donde fue rechazada por un padre de costumbres decimonónicas que le sentenció: “Si te casas con esta mujer, no vuelvas por esta casa”. Es curioso el pasaje de cuando estuvieron a punto de ser detenidos en el tren por un “policía secreta” que quiso darse el bacilón con ellos. Aunque un año después y por falta de regar el huerto a su debido tiempo y el error de divinizar a las mujeres, la rubia Elke (parecida a la  actriz Elke Sommer, de labios de corazoncitos) acabó en brazos de un compatriota germano de origen nazi.
    Opino que Bermejo ha dado en el blanco de lo que podíamos denominar: arte literario contemporáneo de última factura, ágil y espontáneo -sin extraños artificios-, que me recuerda al novelita Manuel Talens en su novela “La parábola de Carmen la Reina” (1992), cuyos sucesos ocurren en el pueblo granadino de Artefa (un pueblo alpujarreño de ficción), pero con más detalles íntimos.  Por el contrario, damos por hecho que las múltiples escenas narradas durante la infancia y juventud, ocurren en Molina de Segura (lugar de nacimiento del “alter ego” Carlos Bermejo), aunque el autor en ningún momento del libro menciona a este pueblo murciano de la comarca media del Segura donde las campanas retumban con el bronce de sus badajos a cualquier hora del día o de la noche hasta despertar a los gallos. El pueblo más cercano que nombra en su libro en el capítulo 15 es Alguazas, que tiene estación de Renfe. Desconozco si ha sido adrede o por omisión. Opino que en una autobiografía debería aparecer el nombre del pueblo donde acuden los recuerdos de su infancia y mocedad del narrador o usar un nombre ficticio; puesto que el lugar, el espacio, el medio ambiente da carácter al personaje, no es lo mismo nacer en un pueblo murciano, que en uno galleo o vasco. Puesto que la luz de la región provoca cambios en el cronotipo de las personas.
     Recordando algunos espacios ficticios-literarios, tenemos a Juan Benet  sitúa la acción de sus novelas en Región, Gabriel García Márquez en Macondo, Antonio Muñoz Molina en Mágina, por citar solamente a autores en castellano. No es una novedad literaria omitir el nombre del lugar de la acción, recordemos que Miguel de Cervantes quiso que toda La Mancha fuera el lugar de donde era originario el Ingenioso Hidalgo Don Quijote.
         Por último nos encontramos con el capítulo 16, de gran extensión (bien pudo dividirse en dos o tres capítulos), donde en el otoño de 1961 conoce en Madrid a una bella y joven cordobesa,  bondadosa, morena (es importante lo de morena porque las rubias no le excitaban)  y moldeable, llamada Loli, sin x, es el único nombre de mujer que aparece sin la temida x de trincheras. Loli reside en casa de sus tíos estudiando en la Academia de Corte y Confección de Doña Basi y ayudando en las labores de la casa de los tíos. Surge el enamoramiento,  la relación amorosa se salpican de encuentros en parques, jardines, cines y rellanos de escaleras, un periodo epistolar por la ausencia de ella y de él que, de alguna forma fortalecieron este amor. Es una especie de “Love Story” a la española donde Carlos nos cuenta con “pelos y señales” todo los arrumacos, empujones, carias y erecciones de una pareja de novios, de un amor sin abusar para llegar vírgenes al “sagrado matrimonio”. Donde nos ofrece algunas escenas de precalentamiento al sexo que yo llamaría “sexo decente” y escrito púdicamente. El lector intuye que esta incontinencia es inhumano y frustrante, lo cual le da más interés al relato para seguir leyendo y buscando en las páginas secretas por si en algún momento se consumara el coito prematrimonial. Pues tomando las propias palabras del narrador estos amantes son “cuerpos jóvenes y martirizados por el deseo insatisfecho”. Y además, entre bandolinas a estilo de “La Regenta” de Clarín, parece un confesor de la Iglesia de San José de Madrid donde han de confesar sus pecados de quererse, pero sin propósito de enmienda, caro; ella al arrodillarse en el confesionario tenía que presentarse: “Soy Loli, la novia de Carlos”. Con esta fórmula el confesor ya tenía un antecedente para  sentenciar la penitencia. La frase final del libro es culminante: “para que abriéramos el baile en el que por fin llegaríamos a los más…”. Esposa que le ha dado cuatro hijas.
     La portada del libro presenta la fotografía del autor cuando tenía cuatro años, cogido a un conejito de peluche, con tez de color cetrino con un pelo largo y rizado que semeja al de una niña. Se estructura en dos grandes bloques: Libro primero: infancia y juventud. Libro segundo: pubertad, adolescencia y juventud que suman 16 capítulos.  Ilustrado con una veintena de fotografías que actúan como  notarios del tiempo pasado y fe documental. Contiene 265 páginas según indica Amazon.
     Y para concluir, considero que Carlos Bermejo ha desarrollado una gran capacidad para contar y enlazar historias con una prosa desbordante, por ello, este libro es  una obra muy lograda, emocionante y llena de pasajes humanos que nos ha sorprendido gratamente, y además es de agradecer que se lee de corrido con agrado e interés. Pienso que como un cuadro contemporáneo la narración moderna le va a la zaga con la intención de provocar en el lector una emoción, una provocación y un grato recuerdo. Obra muy lograda donde uno se sorprende, se alegra, se llora  y se emociona a la vez que se extraña de un testimonio lleno de descarnada sinceridad sin tabúes.  Aunque parezca una obra sencilla de escribir, tiene detrás unos artilugios y una tramoya compositiva que solamente los que dominan el difícil arte de narrar, más muchos años de  lecturas y escrituras, saben, y son capaces de utilizar con acierto, que es lo complicado, contar no ya con eficacia sino con estilo propio y convenciendo, donde se vea la diferencia respecto a otros artistas de la palabra.    Usa un yo completo, un yo pleno, un yo rico en anécdotas, porque Historia de yo no es una obra más, perecedera, sino que le auguro muchos éxitos por ser testigo de una época lateralmente murciana y madrileña. Aunque es grotesco comparar, opino que Carlos podría ser nuestro Karl Ove Knausgard, sin tuviera un agente literario y la publicidad mediática del noruego, porque en definitiva los dos hacen lo mismo: escribir descarnadamente sobre sus vivencias.
    Al libro de Carlos simplemente le falta una edición en papel, y le sobra calidad humana y literaria. Es cierto que las versiones digitales sirven para divulgar, y Amazon.es, versión Kindler, es quizás el mejor portal para dar este salto de trampolín al mundo de la publicación virtual; sin embargo, el libro de papel  le espera porque es la persistencia del  mensaje escrito aunque el e-book sirve para divulgar la obra. Auguramos que Historia de yo, está llamado a ser un “best-seller”.  Sería deseable que este autor no tuviera que depender de premios, ni de publicaciones digitales para dar a conoce sus obras.
Escritor y poeta
Alicante, 19 de agosto 2014

                                                               .......................BIOGRAFÍA...........

  Carlos Bermejo Hernández, natural de Molina de Segura 1937 (Murcia) desde mayo del 68 reside entre Alicante y San Vicente.
  Lector empedernido desde la niñez y escritor en la adolescencia, escribió su primera novela a los catorce años.
   Con el secreto deseo de hacerse escritor, marchó a Madrid a mediados de los cincuenta. Frecuentador de tertulias literarias, se presentó a algunos premios literarios, sin éxito. Militar profesional, nunca abandonó su afición por las letras y fruto de ello, son los veinte años que estuvo como colaborador del Diario Información, corresponsal en Alicante de la Revista Yate y Motonáutica y como Jefe de Prensa del Real Club de Regatas.
  Conserva en el fondo de un cajón sin fondo alguna novela, poemas y otros escritos literarios. Escribe y hace crítica de Arte, en diversos medios. Conferenciante, presentador en exposiciones y catálogos, recientemente ha escrito y editado el libro “MIRAR UN CUADRO Y ALGO MÁS”, en el que recoge las semblanzas de numerosos pintores , que pasan por el Taller   que él dirige y presenta en la Asociación de Artistas Alicantinos, de la que es socio y Secretario.
   En 1978 comenzó a pintar y con mayor o menor intensidad según criterios arbitrarios de su voluntad, ha compaginado literatura y pintura y, en esta, es ahora un reconocido pintor marinista.

 

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